sábado, 2 de julio de 2016

LECTURAS SABATINAS

Eminem, uno de los artistas que vieron cómo sus lanzamientos discográficos circulaban por internet antes de llegar a las tiendas
La causas de la crisis de la industria musical
El libro «Cómo dejamos de pagar por la música», de Stephen Witt, analiza el proceso que llevó a la industria discográfica a su peor crisis
Hubo un momento en que parecía que las vacas gordas no iban a adelgazar nunca. La industria discográfica experimentaba una constante evolución hacia arriba y nadie se planteaba que aquello podía llegar a su fin. Pero en 1995 el proceso se estancó, y el punto de inflexión llegó en año 2000, con 36.936 millones de dólares de facturación. Al año siguiente, con una bajada del 5%, comenzó la caída libre.

El libro «Cómo dejamos de pagar por la música» (ed. Contra), de Stepehn Witt (New Hampshire, 1979), analiza la evolución de la crisis a través de tres procesos paralelos. Por un lado, la invención del mp3, un formato responsable de la digitilización masiva de la música y que fue desechado hasta la llegada de iTunes. 

Por otro, la historia de Doug Morris, presidente de Universal Music y, en la actualidad, de Sony Music, un genial visionario del negocio de la música –responsable por ejemplo del éxito masivo del hip hop– para ser después denostado por no anticipar la debacle aunque, finalmente supo reconducir la industria.

Y, por último, la evolución de una pequeña comunidad de internet llamada RNS (Rabid Neurosis), responsable de la filtración a internet, desde 1998 hasta su desmantelamiento en 2009 por el FBI, de más de dos mil álbumes antes de su lanzamiento (entre otros, Eminem, Kanye West, Celine Dion, Björk...). Lo mayoría de ellas fueron realizadas por Dell Glover, un trabajador de raza negra y orígenes humildes de una planta de fabricación de CD en Carolina del Norte. De raza negra y orígenes humildes, se convirtió en el mayor pirata de la historia.
Stephen Witt, especialista en fondos de inversión reconvertido en periodista en 2011, ha estado cinco años investigando de dónde salía toda esa música pirata que él mismo había almacenado, entre 1997 y 2005, en 1.500 gigabytes, equivalente a quince mil discos, y sin apenas ser consciente de estar cometiendo ningún delito. El resultado es una obra que podría haberse convertido en un manual para meros interesados en un farragoso tema, pero que sin embargo adquiere la forma de una apasionante novela de intriga. ABC tuvo la oportunidad de conversar con él y nos contó, a este respecto, que «me llevó algún tiempo acertar con este enfoque. Mi primer borrador era más técnico, y centrado exclusivamente en los piratas. Se leía como una página de Wikipedia. Me deprimí, lo abandoné y más tarde volví a empezar de cero usando la hilada estructura narrativa que encuentras en el producto final».

Según su conclusión, el principal error que cometieron las multinacionales fue cuando «Steve Jobs (presidente de Apple) les convenció para desvincular el single del álbum. Esto, por encima de cualquier otra cosa, los mató. Durante años han obligado a los consumidores a pagar por una docena de canciones cuando solo querían una. Nunca se recuperaran de esto».

A menudo se hace la equivalencia de la música pirateada con la que se ha dejado de comprar, cuando no es ncesariamente así, ya que él mismo comenta en sus páginas que la mayor parte de las canciones que él conseguía a través de canales de chats, Napster o Big Torrent, nunca la llegaba siquiera a escuchar: «Tienes razón, por supuesto. Compartir un archivo no es lo mismo que robar un CD, por mucho que la industria promocione esa falsa equivalencia. Pero antes de los años 2000 mi presupuesto anual para música pasó de cientos, e incluso miles de dólares, a prácticamente nada, y esta experiencia la compartió una generación entera».

Por otro lado, en el libro reconoce que él, al igual que mucha gente, tiró a la basura todos sus discos duros y ahora está suscrito a Spotify, pero esto no va a solucionar el asunto: «Aunque la piratería musical ha pasado de moda, la industria ya no hace dinero. En 1991 un hit como Vanilla Ice podía aparecer y vender millones puede que diez millones de álbumes y ganar cientos de millones de dólares. Hoy consiguen una fracción de aquello vía streaming».


Fue precisamente esa imagen de vida llena de lujo lo que en parte relajó las conciencias de aquellos que obtenían gratis el trabajo de otros: «La gente no tiene una opinión positiva de los ejecutivos de negocios en general, pero la industria musical está especialmente denigrada. Al hombre relacionado con el disco se le veía como un parásito artístico, un sofocador de la creatividad y un estafador financiero.

Curiosamente, los editores de libros no tienen esa reputación, aunque el modelo de negocio es idéntico. Así que mucho de aquello estaba basado en conjeturas incorrectas», reflexiona Stepehn Witt (ABC-Pablo Martínez Pita)

1 comentario:

  1. El 90% de los musicos, compositores, interpretes etc son socialistas. No se de que se quejan ahora que estamos realmente socializando su trabajo. De eso no es que se trata el socialismo? jejeje es que ese lema de que lo mio es mio y lo tuyo es de todos, les queda como anillo al dedo a estos demagogos hipocritas.

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