Joseph Cáceres

Segunda parte

Ajedrez, juego de damas y clases sociales

(Enfoque sociológico y solución política)

Por Daniel Cruz

Si algo pone de manifiesto en nuestro país la condición social de los jugadores de damas es la abundancia de apodos que se da entre ellos. Sólo los íntimos saben que Bronco y Macopinto responden a los nombres de Miguel Almánzar y Ángel Mejía, respectivamente, los dos mejores jugadores de República Dominicana en estos momentos.

Asimismo, muy pocos sabrían el verdadero nombre del Camisú o el Jabalí, como se le dice al señor William; del Jaco, de Trumbilo y del Poeta. ¿Cuál era el nombre real de Cocoquito, el único damero con nivel para jugar con Julio Delgado, el Gokú del tablero en su época?

En este juicio compartimos el criterio de Juan Bosch, quien afirma en su libro “Clases sociales en República Dominicana” que los sectores sociales y la clase media alta del país no son propensos a utilizar apodo entre los suyos, práctica que sí se da en las capas bajas de la pequeña burguesía.

Notamos, sin embargo, que como resultado de cierta movilidad social que se ha experimentado entre los dominicanos, sobre todo a partir de los años 80 del siglo pasado, pese a aquello de la década perdida, por un lado, y por el desarrollo alcanzado por el juego de damas, gracias al trabajo de su federación, por el otro, la disciplina ha calado en sectores de clase media. 

Esto es lo que explica, por ejemplo, la elevada cantidad de dominicanos registrados en la página de internet playok, donde a diario juegan entre sí y con destacados exponentes de otros países.

Ahora, ¿cuál es la situación del juego de damas entre nosotros? ¿Qué utilidad tiene esta disciplina para nuestros jóvenes? ¿De qué manera el ajedrez y el juego de damas pueden contribuir al desarrollo sano de nuestra juventud y, por ende, ser parte de una política de Estado dirigida a ese sector? Sobre eso trataremos en la próxima entrega.