miércoles, 7 de junio de 2017

Mientras aquí muchos medios lo ignoran, la prensa boricua destaca por todo lo alto festival musical dominicano en el Teatro Nacional

Derroche sonoro desde el Caribe
El Festival Musical de Santo Domingo reunió a importantes exponentes líricos, sinfónicos y populares con un repertorio universal y localista
Educado en su natal Santo Domingo y en Nueva York –donde obtuvo una Maestría en Piano de Manhattan School of Music al mismo tiempo que se formaba en las disciplinas de Composición y Dirección Orquestal en la prestigiosa escuela Juilliard-, José Antonio Molina Miniño, también arreglista y productor musical de alto vuelo internacional, está sin duda entre  los músicos más versátiles que haya producido la región del Caribe y quizás el mundo.

Este extraordinario ser humano ha brillado con luz propia a través del tiempo en el firmamento de la industria del entretenimiento como colaborador y amigo entrañable de los grandes tenores Luciano Pavarotti y José Carreras; de jazzistas de referencia como Paquito D’Rivera, Gonzalo Rubalcaba y Arturo Sandoval; así como de megaestrellas de la música popular como Gloria y Emilio Estefan, Eric Clapton y Sting.

Viajamos  de San Juan a la República Dominicana el pasado 24 de mayo para ser testigo de primera fila de los dos conciertos de cierre de la undécima edición del Festival Musical de Santo Domingo –cuyo nuevo director artístico es el maestro Molina-, un evento bianual que produce la Fundación Sinfonía. Su presidenta es  Margarita Copello de Rodríguez y cuenta entre sus miembros de honor con el reconocido mecenas de las artes  Guillermo L. Martínez, presidente y director artístico de CulturArte de Puerto Rico.

Esa misma noche se presentaba en la Sala Principal Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, la gloriosa “Sinfonía Núm. 9 en Re menor, ‘Coral’ Op. 125”, la obra cumbre del catálogo que el genio de Viena nacido en Alemania, Ludwig van Beethoven, legara para disfrute de toda la humanidad.

Dos días después en el periódico Hoy Digital, la  gestora cultural Doña Carmen Heredia de Guerrero publicaba una elegante crítica titulada “Una monumental novena sinfonía de Beethoven”, donde describe con fina inteligencia musical la singular interpretación –tan delicada en sus detalles como expresiva y grandilocuente-, de la 9na de Beethoven para orquesta sinfónica con una ampliada sección de percusión, cuatro voces solistas y coro, todos bajo la insigne batuta de José Antonio Molina.

Este artículo es un buen ejemplo del júbilo con que fuera recibido este concierto en la comunidad artística del país hermano. Los músicos locales de la Sinfónica Nacional y los internacionales de la reforzada Orquesta del Festival -entre los que cabe destacar el trombón principal del virtuoso puertorriqueño de la Central Ohio Symphony y la Miami University en Cincinnati, el también director de conjuntos de metales, filarmónicas y ¡de su propia orquesta de salsa!, el maestro Jaime Morales Matos-, los coralistas y los cantantes solistas fueron ovacionados por el público presente  como reseñara unánimemente la exigente crítica especializada quisqueyana.

Cabe recalcar de esta impactante exégesis beethoveniana del maestro Molina la conjunción de fuerzas a lo largo y ancho de los tres enjundiosos movimientos iniciales, los detalles dinámicos, la precisión rítmica, la afinación justa y la enorme expresividad de los ilustres músicos que conformaron las secciones de la “Orquesta Sinfónica del Festival”.

Y ya para el delirante cuarto movimiento, acentúo la labor vocal de los coralistas del “Coro del Festival”, preparado por el juvenil director Elioenai Medina; y de los cuatro solistas: la exquisita soprano venezolana Ana Lucrecia García, el fraseo articulado y la presencia escénica de la mezzo-soprano ucraniana Anna Moroz, el talento y frescura del joven tenor canario Francisco Corujo, y el brillante barítono austriaco Gunter Haumer, quien nos dejó a todos sin aliento con la histórica entrada de la voz humana en el lenguaje sinfónico del recitativo: “O Freunde, nicht diese Töne!” (¡Oh, amigos, dejemos esos tonos!).

Por referencias supe que en la noche inaugural del Festival el jueves 18 de mayo, la primera parte había sido dedicada al “Concierto para piano y orquesta No. 2” de Rachmaninov -con Behzod Abduraimov como solista-, también bajo la efusiva dirección del maestro José Antonio Molina, bien recibido por el auditorio y los críticos. La segunda parte fue para deleitarse con las frases innovadoras para su época, de los cuatro movimientos de la primera Sinfonía de Brahms.

En el segundo concierto,  el 22 de mayo, presentaron un recital de la ingeniosa pianista venezolana Gabriela Montero.Todavía muy emocionados con la majestuosa 9na sinfonía, los dos ensayos para el concierto final que tuvieron lugar el viernes 26 en la Sala Jacinto Gimbernard -respetado concertista de violín y director, dibujante y escritor que pasara a mejor vida casualmente en esos días-, del Teatro Nacional, fueron una muestra de la efeméride que nos esperaba al día siguiente.
Para el concierto de cierre, el maestro José Antonio Molina en su rol de Director Artístico del Festival, combinó magistralmente la complejidad rítmica, armonías, melodías y contrapuntos del lenguaje característico de un Big Band de jazz afrocaribeño (cuatro trompetas, cuatro saxofones, tres trombones, piano, batería, congas y bajo); la gracia de un conjunto típico dominicano con guira, tambora y acordeón; la sonoridad de una orquesta sinfónica; el Coro Matisses; y las estupendas voces de su directora, la soprano Pura Tyson, y dos cantantes populares de larga trayectoria, Maridalia Hernández y Niní Caffaro; llevando  a  los músicos y al público a una experiencia transformadora.

El auténtico deseo de intercambio cultural y la chispeante generosidad de estos artistas dominicanos liderados por el maestro Molina Miniño hizo que todos los que vivimos la experiencia ahora seamos mejores personas y mejores músicos. En mí se cristalizó una nueva forma de entender el Caribe.
El último evento del sábado 28 fue un Gran Concierto de Gala al aire libre, donde se presentaron temas populares arreglados para orquesta sinfónica, auspiciado por el Congreso Nacional de la República y el Patronato del Centro de los Héroes, en conmemoración del bicentenario del nacimiento de los padres fundadores de la patria, Duarte, Mella y Sánchez.

La música comenzó con el Himno Nacional Dominicano, seguido de la “Obertura Yaya”, fina composición “clásica” con elementos populares del hijo de la folklorista Josefina Miniño y el legendario músico Ramón Antonio “Papa” Molina, donde logra recoger la esencia de las islas del Caribe hispánico.

Prosiguieron canciones emblemáticas como “Amorosa”, de Salvador Sturla en arreglo orquestal del propio Molina; “Una primavera para el mundo”, de René del Risco Bermúdez y Rafael Solano, cantada con la melodiosa voz de Niní Cáffaro; y otros dos arreglos molinísticos: el bolero “Y” de Mario de Jesús -puro sentimiento- y la poética balada de Juan Luis Guerra, “Cuando te beso”.

El espectáculo fue “in crescendo” con dos estupendos arreglos de Eugenio Van Der Horst, Encargado del Rescate y Preservación del Patrimonio Musical; la “Bachata rosa”, un súper hit del excelso cantautor Guerra y el “Himno a las Madres” de Trina de Moya.Siguieron con un exquisito “Potpurrí de merengues” del maestro Juan Alberto Hernández, arreglados por Bienvenido Bustamante y cantados  por Maridalia; y otros arreglos sinfónicos-jazzísticos-folklóricos del maestro Molina: “Dilema“ del excelente pianista solista del “show” Leo Pimentel y Juan Lockward; “Papá Bocó” de Manuel Sánchez Acosta y el sabroso merengue “Caña Brava” de Toño Abreu; para concluir la fiesta con otro himno del maestro Solano, “Por amor”, uniendo todas las voces en el coro final sincronizado a un espectáculo de fuegos artificiales.

Al día siguiente, en el aeropuerto de Santo Domingo, me encontré al cantautor Danny Rivera, quien en 1995 me concedió el privilegio de ser su director musical.

Danny me dijo que había compartido con la profesora Josefina Miniño, ícono del folklore dominicano y figura fundamental de la televisión cultural. Me quedé con las ganas de saludarla y agradecerle haber abierto la puerta para hacer posible esta inmersión en el universo musical dominicano.

Esta secuencia “casual” de encuentros caribeños con lo mejor de la música y cultura de la región -mas allá de los de los bloqueos y los boicots; de los prejuicios xenofóbicos y racistas; en fin, del asfixiante insularismo- aún me produce alegría. (Por Luis Enrique Juliá / Especial para El Nuevo Día)


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