sábado, 16 de abril de 2016

LECTURAS SABATINAS

Daniel Radcliffe ya no es Harry Potter: "Bebía más de la cuenta"
Daniel Radcliffe conserva su sonrisa inocente de niño con gafas, aunque sorprende por su voz tamizada por el tabaco (su único vicio). El entusiasmo contagioso es algo que también le queda de sus 10 años como Harry Potter, pese a las tribulaciones por la que pasó en la transición al mundo de los adultos. A sus 26 años, confiesa que aún le queda por madurar, y entre tanto sigue probando con los papeles más insospechados. Debutó en el teatro con Equus, hace poco le vimos como Allen Ginsberg y ahora llega en la piel de Igor, el asistente jorobado de Victor Frankenstein, su último salto al vacío…

-El personaje de Igor nos remite sin remedio a Marty Feldman en 'El jovencitoFrankenstein', ¿En qué se diferencia usted y en qué se parece?
-Él era también bajito, pero sin duda mucho más divertido... Mi Igor es, por así decirlo, más físico, marcado por el estigma de la joroba, y tiene sin duda una relación más conflictiva con Victor Frankenstein. No es su perrito faldero, ni su siervo fiel. Es una persona que se debate entre la lealtad y el temor al peligroso inventor, que tiene un ego que se lo pisa.

-La película se desvía bastante de la novela de Mary Shelley...
-Empezando con que el personaje de Igor ni siquiera sale en el libro... Es cierto. Yo diría que no estamos siquiera ante una película de terror. Hay homenajes a todos los Frankenstein anteriores, pero esta es más bien una mezcla de thriller psicológico y película de aventuras. Todo gira en torno a la peculiarísima relación entre Igor y Victor (James McAvoy). De hecho, el monstruo no sale casi nada hasta el final, aunque no sé si deberíamos decirlo…

-Y ya que lo ha dicho ¿cuáles son sus propios monstruos, si es que los tiene?
-Yo diría que la inseguridad, que es un monstruo muy común en nuestra profesión. En el fondo, los actores y las actrices somos un poco masoquistas: nos gusta sufrir y ponernos constantemente a prueba. Y cuanto más duro es el reto, más fortalecido sales. Esa es la última gratificación que te da esta profesión, independientemente de lo que digan los críticos o del éxito de taquilla. Yo, particularmente, busco salir siempre de mi zona de confort. Me asustan los papeles fáciles.

-Pero es fácil caer en la 'trampa' de las franquicias... ¿Acaso no tuvo miedo de ser el eterno Harry Potter?
-No, en absoluto. Soy consciente de haberme pasado trabajando gran parte de mi niñez, pero la magia siempre estuvo ahí: volver ir a los rodajes era como reencontrarme con una gran familia, cada vez más crecida. Yo diría incluso que me ayudó ver la vida desde otros ángulos. Y sirvió para vacunarme ante las franquicias. Ya lo he hecho una vez; no necesito hacerlo más.

-Pero es público y notorio que en la última entrega de la saga (2011) atravesó un momento difícil. Usted ha reconocido que ha tenido problemas con el alcohol.
-Todas las transiciones son complicadas, y aquella lo fue especialmente. Pero en la vida pasamos tarde o temprano por esos períodos de confusión e incertidumbre. Son necesarios para madurar... y a mis 26 años tengo a veces la impresión de no haber madurado aún lo suficiente. Prefiero no hablar mucho de aquel período, ya dije todo lo que tenía que decir: bebí más de la cuenta, me pasaba días enteros encerrado, me convertí en un recluso a los 20 años... Pero aquel no era yo, en todo caso una sombra de mí mismo. Yo me considero una persona entusiasta y divertida, creo que esa parte de mi niñez sigue aún muy viva.

-De Harry Potter a Igor, pasando por Allen Ginsberg en 'Kill your darlings' o por Ig en 'Cuernos', ¿se propone despistar constantemente o es que le gusta cambiar de piel?
-Creo que lo que nos gusta de verdad a los actores es mirarnos al espejo y no reconocernos, por eso me dejé crecer la cornamenta (risas). Encarnar a Allen Ginsberg de joven fue también un reto y una recompensa; es uno de mis poetas predilectos... Me gusta la variedad, es cierto, pero no tengo un plan premeditado sobre por dónde debe ir o no ir mi carrera.

-¿Y el teatro? Debutó con 17 años en 'Equus' con éxito de crítica y público.
-Esa es quizás la única guía que sigo: pisar un escenario cada dos o tres años. Equus me dio mucha confianza. Disfruté en Broadway con Cómo triunfar en los negocios sin intentarlo y más recientemente he vuelto con El cojo de Inishmaan. Es algo que tenemos en común todos los actores británicos, y también los de Nueva York: hay que probarse a sí mismo delante de una audiencia.

-Y eso no resultaría posible si viviera en Hollywood...
-Aquello es otro mundo. Admito que puede resultar atractivo para los actores, pero no es mi mundo. Vivo entre Nueva York y Londres porque allí estás más con los pies en el suelo.

-¿Cuál es el secreto para escapar del acoso de los tabloides ingleses?
-Me limito a trabajar y a salir con mis amigos. Punto. Durante un tiempo me persiguieron y me siguen preguntando a todas horas por mi novia (Erin Darke). Pero procuro no hacer un show de mi vida privada.

-¿Cuál es su ley de vida?
-Me gusta vivir el momento, no hacer demasiados planes. Y ante la duda hago siempre el test de la felicidad. Me pregunto: '¿Este proyecto me hará feliz o no?'. A veces, la felicidad brota de los lugares más insospechados. Por ejemplo, en Tokyo Vice (basado en la autobiografía del periodista norteamericano Jake Aldelstein) he tenido que aprenderme hasta 50 frases en japonés. Eso requiere un gran esfuerzo, pero al final te da una gran satisfacción.

-Respecto al mito de Frankestein, ¿no nos estamos acercando a ese punto en que la ciencia ha llegado demasiado lejos?

-Esa pregunta nos la llevamos haciendo desde hace más de un siglo, y es una de las razones por las que el mito sigue vivo. La promesa de la ciencia sigue viva, pero los temores a que algo pueda ir mal son mayores. La tecnología nuclear, la clonación, la inteligencia artificial... El propio Stephen Hawking lo ha advertido recientemente: tenemos que ser muy cautos con el uso de la tecnología. De momento aquí estamos, ojalá estemos vivos mucho tiempo.

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NIURKA BAEZ,
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