miércoles, 6 de junio de 2018

Kanye West pierde su coartada
El nuevo álbum del rapero presenta la cara más vulgar del influyente artista
La única manera de sobrevivir si uno ha decidido ser una estrella controvertida es tener una coartada. A poder ser, creativa. Hasta hoy, Kanye West, el músico, padre de los hijos de Kim Kardashian, había logrado sobreponerse a su díscola e imprevisible personalidad pública gracias a una carrera musical impecable. No es exagerado afirmar que es uno de los artistas más relevantes de los últimos 15 años, responsable en gran medida de que el hip-hop actual sea la música más consumida y celebrada. Hasta esta semana, Kanye West (Atlanta, 1977) parecía poseer un superpoder al que todos aspiramos: salir indemnes de nosotros mismos. Tras la publicación el jueves de su nuevo disco, YE, da la impresión de que eso ya se le agotó.

Todo empezó hace unas semanas. Mientras el artista anunciaba una serie de lanzamientos musicales entre finales de mayo y principios de junio que prometían colocarlo de nuevo en el epicentro de lo que se entiende como la música que uno debe escuchar en 2018, si quiere que al final del año este le haya parecido algo que valió la pena vivir, West daba rienda suelta a la parte más dudosa de su personalidad pública. Por un lado, estaba el tipo que iba a producir un disco fantástico para el rapero Pusha T, que tenía un largo preparado junto a otro rapero, Kid Cudi, y que, sobre todo, iba a lanzar su nuevo álbum en solitario, el primero desde el grandioso The Life of Pablo (2016). Por otro, estaba el personaje que se declaraba fan de Trump, flirteaba con presentarse a presidente de Estados Unidos y afirmaba que lo de los 400 años de esclavitud fueron “una elección”. Estaba jugando con fuego.

Hace dos días, el equipo de Kanye West se comunicaba con un centenar de personajes de la prensa, la moda, la comunicación y la influencia de EE UU anunciándoles que el jueves por la mañana debían presentarse en una terminal del aeropuerto neoyorquino JFK desde la que parten vuelos chárter de aerolíneas privadas. Iban a trasladarles hasta Jackson Hole, Wyoming, una remota localidad de apenas de 10.000 habitantes cerca de la cual se había grabado YE. Al llegar, les avisaron de que por la noche refrescaba y les trasladaron a un rancho en el que les esperaban algunas celebridades, entre ellas, Kim Kardashian o el actor Jonah Hill, además de algunos vecinos de la zona con los que supuestamente el autor de Yeezus había hecho buenas migas mientras grababa este breve disco (siete temas, 23 minutos). Escucharon juntos el álbum entre hogueras y charlas amigables, con West abrazando a todo el mundo y Kim logrando parecer hasta simpática. Según las crónicas, la gente bailó. Debió de ser el frío, podemos deducir tras escuchar YE.

El octavo largo estuvo finalmente disponible en streaming el viernes a mediodía. En Spotify, durante toda la mañana, estuvo colgada una canción atribuida a Kanye West titulada Lift yourself, con una portada que recordaba a los mensajes que mandaba el primigenio sistema operativo de Apple cuando algo salía mal. No se sabe si era un hackeo u otra genialidad promocional del artista. En la era de los discos que se lanzan a traición (Beyoncé), o con mucha antelación pero ningún adelanto (Arctic Monkeys) parecía obvio que el fundador del sello GOOD Music no iba a dejar pasar la oportunidad de añadir algo a esta nueva narrativa. Finalmente, el disco estuvo disponible en streaming alrededor de las 15.00, hora española. El álbum más esperado para quienes les importan muy poco los discos.

YE arranca con un tema titulado I Thought About Killing You (Pensé en matarte), en el que West flirtea con la idea del suicidio y repite una y otra vez: “Me quiero más de lo que te quiero”. Es una maravilla, en la línea de las últimas creaciones del artista: música incómoda que puede acomodar a todo el mundo por razones que, la verdad, no son explicables. Pero ahí están

Al tema lo suceden dos joyas más, Yikes y All mine, a medio camino entre todo lo bueno que ha hecho y todo lo bueno que se esperaba que fuera a hacer. Y ahí se acaba la fiesta. West entra en modo vulgar, hace lo que jamás había necesitado hacer hasta hoy: tratar de contentar. El cataclismo es casi indescriptible. ¿Importa eso?

Pues más de lo que parece, incluso para quienes jamás han sentido interés por la música del marido de Kim Kardashian. Sin la coartada de una obra artística impecable se convierte en un simple imbécil. No es que el arte redima la maldad, pero, según las circunstancias, ayuda a tolerarla. A West se le reían las gracias incluso cuando amenazaba con poner en la portada de este disco una foto del cirujano que llevó a cabo la operación de cirugía estética que salió mal y terminó con la vida de su madre en 2009. Él lo entendía como una forma de zanjar el asunto, casi como una forma de pedir perdón. Al final, no lo ha hecho.

La imagen de la tapa son unas montañas de Wyoming y la leyenda: “Odio ser bipolar, es maravilloso”. (El País)

2 comentarios:

  1. Demasiado largo y no llega al grano. Articulo pendejo

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  2. Gran cosa otro negro sin cerebro

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NIURKA BAEZ,
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