Embotellar el agua puede parecer cosa de hace cuatro días, pero viene de lejos. Frascos y botellas llevan existiendo desde hace siglos, y si bien no había costumbre de almacenar el agua tal y como lo hacemos hoy, en un momento de la historia a alguien se le ocurrió embotellar y vender aguas especiales.
Si bien no fue hasta el papa León IV (847–855 dC) cuando la antigua costumbre griega y judía de bendecir el agua se insertó como rito dominical cristiano, desde antes se comercializaba el agua sagrada para atajar cualquier mal. Primero fueron los monjes, que empezaron a vender agua bendita antes de que se codificara el pecado de simonía, que prohíbe la venta de objetos con valor espiritual.
Más adelante, se instauró por toda Europa la tradición de recurrir a los manantiales en búsqueda de aguas con las propiedades necesarias para curar enfermedades de todo tipo, desde tópicas como digestivas, tanto para bañarse en los balnearios como para beberla por doquier. El turismo de aguas triunfó entre muchas capas de la sociedad: las clases humildes iban a pasar el día y “tomar las aguas” en verano y las clases pudientes viajaban en los balnearios que ofrecían alojamiento y otras actividades de ocio, como Mondariz o Cabreiroá. Aquella promesa de salud transparente y envasada fue el origen de la industria del agua embotellada bajo la tutela de un director médico, figura obligada en cualquier balneario desde 1816.
La primera botella de agua envasada en España fue La Favorita, de Agua de Carabaña (Madrid), que empezó a comercializarse en 1864 por Ruperto Jacinto Chávarri, seguida de Lanjarón (1873, Granada), Solares (1886, Cantabria), Solán de Cabras (1886, Cuenca), Vichy Catalán (1890, Gerona), Fuente Agria (1894, Córdoba), Mondariz (1896, Pontevedra) y Cabreiroá (1909, Ourense).
“La mayor parte de las aguas susceptibles de envasado se embotellaban directamente en la surgencia en botellas de cristal o tarros de cerámica/cristal, luego eran sellados, por lo general con corcho o cera, y embalados en cajas de madera forradas de paja para evitar roturas. El agua apenas recibía tratamiento alguno en este proceso. (...) se embalaban y distribuían directamente por el balneario o bien por sus agentes en farmacias y en pequeños establecimientos comerciales, reconociendo de esta forma su carácter terapéutico y contribuyendo a la extensión de su fama y empleo más allá de los círculos locales”, explican Margarita Vilar Rodríguez y Elvira Lindoso Tato en La explotación empresarial de las aguas mineromedicinales: la industria del agua embotellada en España 1875-2013, (Agua y territorio, 6).
Este proceso artesanal no es nada desdeñable: llevó a La Favorita a producir más de tres millones de botellas nacionales, para consumo interior y exterior (muchos propietarios eran indianos con negocios en Latinoamérica, como Casimiro Gómez y su balneario de Lérez, por el que fundó sucursal en Buenos Aires), y a Aguas de Firgas, en Gran Canaria, que hacia 1930 poseía una planta embotelladora de más de 12.000 metros cuadrados. Para entonces, las aguas españolas habían recorrido muchas exposiciones internacionales, logrando distinciones notables que las convertían en objeto de deseo dentro y fuera del país.
No obstante, en este momento el agua embotellada seguía asociándose a un consumo medicinal. Si había una botella de agua en la mesa era porque alguien estaba tomando un vaso para paliar algún achaque, y no simplemente porque tuviera sed. Así, el agua embotellada solamente se vendía en farmacias y droguerías hasta que el Real decreto del 12 de febrero de 1925 permitió su libre distribución.
Desde entonces, el consumo de agua embotellada no ha parado de crecer. En España se consumieron casi 3.000 millones de agua envasada en 2022, según el Informe de Consumo Alimentario, lo que situó a nuestro país entre los diez primeros de toda Europa. Sin embargo, el consumo sigue muy por detrás del de los Estados Unidos. “Cada segundo, todos los días, mil estadounidenses compran y abren una botella de agua de plástico y cada segundo, todos los días, esas botellas se tiran: son 85 millones de botellas al día, 30 billones al año, que cuestan 10 billones de dólares a los consumidores. Por cada botella consumida en Estados Unidos, otras cuatro se consumen alrededor del mundo”, explica Peter H. Gleick, en Bottled and Sold. The Story Behind Our Obsession With Bottled Water (Island Press, 2010).
Ismael Lotu, sumiller experto en aguas, considera que el agua embotellada sigue siendo una forma segura de acceso al agua, “especialmente donde la calidad de esta no está garantizada”. En cuanto al exceso de residuos que generan, razona que “corresponde a las embotelladoras la búsqueda de soluciones sostenibles, en relación a los envases, pero también en cuestión de suministro o filtrado”.