Cuando se habla de restaurantes de categoría del país el más emblemático de todos sin duda alguna es El Vesubio.
Justo es decir que el Lina alcanzó gran fama y nombradía entre los restaurantes tradicionales a raíz del premio que obtuvo en la selección internacional de los mejores restaurantes del mundo.
Cenar en el Lina era una gran distinción en la época en que Gazcue era el sector residencial de los ricos y de las familias de apellido.
Pero, eran los tiempos de doña Lina, cuando el restaurante operaba en la Avenida Independencia , donde ahora está El Cantábrico.
El Vesubio de los Bonnarelli ha mantenido su estandarte de categoría desde su establecimiento en el 1954 con sus carpaccio, sus antipastos, sus mozarellas frescas de búfalas para los paladares más exigentes, tan difícil de conseguir hoy día hasta en la misma Toscana.
Pero, ya su volúmen de clientela no es el mismo de otros tiempos.
Porque hubo una época en que en la franja de once de la mañana a tres de la tarde multiplicaba casi por tres su aforo.
Es decir, que con la gente que entraba y salía en esas cuatro horas se llenaba casi tres veces la capacidad del local.
Y es que los imperativos de los tiempos y los dramáticos cambios de la época han obligado a una modificación de los hábitos de consumo hasta de las familias más pudientes.
Se explica en el hecho de que anteriormente era usual almorzar o cenar en restaurantes varias veces al mes como parte de una costumbre o praxis social.
El Vesubio era el lugar donde la familia de los “Puñarejos le echaba vainas a la familia de los Perendejos”, en una competencia para ver quien tenía mayor capacidad de consumo, mientras los Bonnarelli se frotaban las manos y sacaban cuentas de las ganancias.
Todavía hay mucha gente apegada a la tradición del Vesubio, pero la realidad es que la situación no es la misma de otros tiempos.
El problema lo han creado en gran medida algunos de los nuevos restaurantes que presumen de ser muy “sofisticados” pero que en el fondo no son más que un fraude.
Cobijándose en tendencias minimalistas o el “art deco”, “art pop” algunos establecimientos se la han ingeniado para estafar a los comensales con los platos que sirven.
Son una especie de “mucha espuma y poco chocolate” donde la gente paga para ir a pasar hambre.
Si usted ordena camarones, le llevan a la mesa cuatro colas en un plato grande bien adornado en el que la comida parece parte de la decoración.
Tengo un amigo que fue a un retaurante a cenar con la familia y después de gastar 5 mil pesos en la cuenta, cuando regresaron a la casa se vieron precisados a preparar cena porque todos se quedaron con hambre.
Tan diferente a restaurantes de Nueva York como Peter Luger de Brooklin, famoso por sus “steak”, donde del servicio es tan abundante que tiene usted que reservar una parte para llevar, porque es imposible comerlo todo.
Y asi como ese “steak house” de fama mundial, muchos otros sitios donde se come bien, sin tantos adornos, engaños ni “firifollas”.
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