La escala musical bailando en prosa…
y al son de los tiempos.
Por Elizabeth Quezada
Me acosté tratando de hacer el amor con mi almohada, para extirpar el frío que se pega cual hiedra en la piel de esos días de enero. Y lo hice bajo las notas magistrales de un concierto de Albinoni. Me dormí extasiada. Al despertar, los rayos tímidos del sol competían ferozmente con el agua-nieve del amanecer en New York que invadían torpemente la estancia; cualquiera diría que, con gafas oscuras puestas, pues el día acababa de empezar, aunque no lo pareciera... y pensé en la música y su evolución (o involución).
En mi tiempo nos enloquecía la música disco y “La fiebre del sábado por la noche” con los bailes de un John Travolta y la música de los Bee-gees, John Lennon, The Rolling Stone y The Beatles, generación que nos heredó esa rebeldía innata. Y cómo no amar a los grandes maestros clásicos como Beethoven, Bach, Chopin, Verdi, Mozart, etc. Y toda la época gloriosa que ellos representaron. Donde la plástica y las artes en general tuvieron un brillo extraordinario. Hay miles de canciones populares donde se cultiva una poética exquisita en sus composiciones. Cómo no cerrar los ojos ante un tema del inolvidable Rafael de España cuando entona “Cierro mis ojos, para que beses mis manos y mi frente…” Y ver llover cuando Manzanero dice: “Esta tarde vi llover…y no estabas tú”. Definitivamente, la alborada despuntó con un sonido de lluvia y un olor a tierra que se nos instala en las fosas nasales, mientras sigo escuchando la música que prefiero… No estoy emitiendo juicios de valor…porque siempre habrá música buena y mala, no importa el género. Arrastrando la sábana, exquisitamente sedosa, me incorporo para asearme, no sin antes poner varios CDs en el tocadiscos. El virtuoso de Kenny G. interpreta “Moonlight” y yo disfruto de una ducha caliente. Mientras me maquillo, escucho a Amanda Miguel y su tema “”Lluvia en New York” analizo que soy tan afortunada de no cumplir horarios en una oficina. Que mi profesión me permite ir y venir a mi antojo. Específicamente al deslizarme por el tren seis para llegar a Chinatown donde compro los materiales que uso para mis pinturas…tengo que darme un baño de miradas y de historias pintadas en los rostros de los pasajeros…intento hilvanarlas y tomo anotaciones para convertirlas luego en las historias que me evocan. Es que los subterráneos vomitan los humos carbónicos de sus cientos de trabajadores que se movilizan todo el año tratando; unos de buscar el sustento de sus familias que dejaron en sus respectivos países; y otros, los menos, de engordar sus alcancías en sus negocios. El ruido va por dentro…la diferencia también. El que vive en New York tiene siempre un radio portátil (walkman) y unos audífonos. Veo a la africana con aquel turbante color tierra tostada en la cabeza en combinación con su túnica larga y ancha e imagino redobles de tambores o flautas de esas que ponen a bailar una serpiente. ¿Quizás? Y las brasileras…sus ricas zambas. Los mexicanos escuchan sus quebraditas, bandas, pasito duranguense, y pop en general. Etc. Los uruguayos sus candombeé; los dominicanos sus bachatas y merengues; así como los boricuas sus sabrosas salsas. Me imagino a todo esa masa queriendo abastecerse de la música de sus países. Y sí, no lo vamos a negar; New York es una máquina de manirrotos irredentos… Es una bulimia del consumo…(amontonamos cosas que luego tiramos o devolvemos) Los del alto Manhattan botando por la borda sus últimos dolarcitos en los “restaurantes-bar” como “Amistad”, “El Valle”, “Jubilé”; en el pasado, “El Copacabana”, Casablanca, etc., con cuanta orquesta de merengue, salsa o bachata se presente. Eso sí, hay algo que causa ilusión a todos los inmigrantes, y es ver…cómo se pueden reunir en New York, ricos y pobres, en los trenes abarrotados de “sudores multi-olores”; perfumados” de Chanel o Armani, o con los perfumitos de un dollar, que todos hemos comprado algún día. Vestidos con chaquetas de Valentino que combinan con las botas y el bolso de Manolo Blahnik; mientras otros eclécticos con cuanta pieza encuentre por cinco dólares, por no decir, noventa y nueve centavos… Luego de fijar mi mirada en el ser humano que transita, como yo, sostenida del mango superior del pasillo del tren, de contar historias trasparentadas en la superficie…(que no siempre es confiable) porque sabido es que “detrás de un tronco viejo puede salir tremendo alacrán” y puede pasar que un “magnate” se desplace como un mendigo cualquiera. Finalmente atrapo un asiento cuando se baja un grupo en la parada de la 125 y Lexington. Abro el periódico que compré antes de abordar el tren, me coloco los audífonos (se acuerdan, les dije, que todos usan como para no tener que oír las miserias de nadie) con un tema de Patxi Andion, llamado “Decir” y dice tantas cosas.
Y me doy cuenta con las canción que se ha dejado de soñar… que estamos muy pendientes de las guerras. Lo peor es que el odio se acrecienta allende los mares por todos los que habitamos este lado. Que después de la tragedia no ha llegado la calma. Que a pesar de todo seguimos bailando belli-dance y amando la cultura del oriente.
Hasta los arquitectos estudian el feng shui y el más incrédulo cree en el poder de las energías y en los chakras. Lo que quiere decir que amamos la filosofía del oriente sin ser musulmanes ni hinduistas, escuchamos su música y hasta nos des-estresamos con ellas.
Tenemos a un gran gordo acariciándose la barriga, llamado Buda, en casi todas las repisas del continente, porque nos trae prosperidad. Esto último para reconocer la tolerancia que se le debe a todos los movimientos culturales, religiosos y políticos. Eso es paz, el respeto al derecho ajeno. En fin…Los temas musicales tienen las mismas notas de siempre: (Do-re-mi-fa-sol-la-si) Lo que se transforman son los tiempos, las ilusiones… el pensamiento, la actitud de los que escuchamos los diversos ritmos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Pero que narracion tan densa;esta escritora viviendo en Ny deberia entender que precisamente en la gran manzana y donde quiera el tiempo es oro.Verdaderamente las notas musicales siguen siendo las mismas pero el sencillismo ha desplazado la rimbombancia literal; una consideracion como esta es posible y mas factible reducirla con el titulo y el ultimo parrafo de esta cronica que parece un guion de peliculas ha realizarse en chinatown.
ResponderEliminar