Mientras en la vieja ciudad, sin dolientes, los muertos purgan sus penas, la nueva metrópolis desafía los murmullos del viento que presagian el ocaso del tiempo.
Ya no habrá lágrimas qué derramar, sombras ni luces qué sembrar, ni puertas qué tocar, en la antesala de tu parada atormentada.
Solo tú y tu carruaje de silencios, tus polvos cósmicos y el letargo de tu lento peregrinar hacia la nada.
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NIURKA BAEZ,
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