Sus conocimientos de tai chi, sus estudios universitarios de Filosofía y el dominio de una variedad del kung fu denominada wing chun gung fu hicieron que el productor estadounidense William Dozier lo animara en 1964 a realizar algunas audiciones para el cine y la televisión. Sin embargo, su gran oportunidad llegaría en 1971, cuando el productor Raymond Chow, le ofrece participar en su primer largometraje denominado Big Boss, el resultado fue un rotundo éxito de taquilla, el cual elevó al estatus de celebridad en Hong Kong al joven Lee.
Su destreza en las artes marciales llamó la atención de Germán Ku, maestro del oráculo chino afincado en el Perú, quien, intrigado al ver cómo un compatriota suyo conquistaba el mundo, preguntó a sus familiares en Hong Kong si conocían al pequeño luchador de 1,67 cm. Grande fue su sorpresa al descubrir que Bruce era el hijo de un amigo suyo, el actor Lee Hoy Chuen. “Él era un chico como todos; su padre, que era un gran artista, nunca comentó que el niño sabía kung fu”, nos comenta Ku en medio de su templo de recargados decorados chinos, que bien podría ser la escenografía de una de las películas de Bruce Lee.
Sus acrobáticos saltos y el furor que causaba en la platea cuando, en el clímax de una película, Lee reducía a sus enemigos con un golpe certero y un grito amedrentador, lo transformaron en una mina de oro para algunos cineastas, quienes no escatimaron recursos para producir los más hilarantes enfrentamientos entre el asiático luchador y disparatados contrincantes.
Son celebres los 9 minutos de lucha que sostiene con Chuck Norris, en el filme The Way of the Dragon (1972). Durante la pelea, Lee muestra su supremacía asiática sobre un fornido pero menos ágil Norris, quien cae en un combate en las mismísimas ruinas del Coliseo Romano.
En el cine no hubo contrincante que no fuera abatido por los míticos movimientos de cobra del menudo y fibroso Bruce, embadurnado en aceite o enfundado en el recordado enterizo amarillo que, años después, inspiraría a Quentin Tarantino en Kill Bill I.
Bruce tuvo otros enemigos a los cuales enfrentó al llegar a Hollywood. El más implacable de ellos fue la discriminación, con la que tuvo que lidiar por su origen asiático. Shannon Lee,hija de Bruce, manifestó en abril de este año al develar la estatua de cera de su progenitor en el Museo de Madame Tussaud: “Mi padre representa a alguien que llevó adelante una lucha étnica en su vida y la superó”.
El 20 de julio de 1973, cuando se encontraba en Hong Kong preparando el guión de su próxima película, un dolor de cabeza espeluznante aquejó al actor, de 32 años. Cuando fue ingresado de emergencia en un hospital, Lee ya había muerto de un edema cerebral. Dos meses después se estrenó Enter the Dragon (“Operación Dragón”), cinta en la que participó actuando y dirigiendo las escenas de lucha.
A pesar del éxito del que Lee gozó en vida, su memoria se ha visto castigada con el olvido. Hace unos meses se supo que su antigua casa en Hong Kong se estaba utilizando como un motel al paso; afortunadamente, las autoridades se comprometieron a licitar el espacio y convertirlo en un museo en su honor.
Quizá el homenaje más significativo lo recibe de sus admiradores, que se cuentan por miles alrededor del mundo, y quienes siguen mirando con devoción sus películas para descubrir cuál era el secreto de sus alucinantes movimientos.
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