Joseph Cáceres

El placer de comer bien

El dominicano se ha acostumbrado tanto a los malos hábitos y patrones de conducta, que cuando alguien se encuentra una cartera llena de dinero y la devuelve a su dueño, lo acusan de pendejo.

Si galantea y lleva flores a una chica, lo acusan de "mariconcito". (Total, que ellas tampoco las aprecian, y al otro día las tiran al safacón, porque eso de flores es "para los muertos",  y hubieran preferido una blusita barata de Diva's o de Plaza Lama, de esas que cuestan 350 pesos).

Si habla correctamente, "ta' privando en fino".

Ahora bien, donde se rompen todos los parámetros, es en los hábitos alimenticios.

La barbaridad más grande a que se ha acostumbrado el dominicano es a la comida "guardada", sobre la mesa, tapada con un pañito.

Fue cocinada al mediodía y Julián, cuando sale del trabajo, se la "abrocha" a las 2:30 de la tarde, acompañada de un guineo, como postre, que  le compró al frutero de la esquina.

También puede ocurrir que la saquen de la nevera y se la sirvan recalentada.

Por ello cuando Julián va a un restaurante no sabe discernir si la comida que le están sirviendo es fresca, recalentada o si se trata de un reciclaje de los que hacen los chinos.

Desconoce que los alimentos tienen una textura y un saber cuando son acabados de hacer, que dificilmente lo puede  dar un micro-onda recalentando, y que la condición de crocante no se consigue con trucos de cocina de esos con los que engañan a quienes no tienen una cultura, sino gourmet, por lo menos culinaria.

Hubo una época en que me tenían como el terror de los restaurantes, porque no dejaba pasar una.

En Safari Disco le devolví a Freddy Jabes un filete que no era más que bistec machacado para ablandarlo, cuando desde siempre he sabido que esa es una carne premiun, que tiene su textura y su sabor que le diferencia de cualquier otro corte.

Por eso el filete no se puede sazonar  con los ingredientes y "firifollas" que les ponen a las carnes normales. Solo sal y pimienta, basta....

En otra ocasión fui de madrugada a La Aurora, en Gazcue, detrás de su famoso sancocho junto a Dalia Gómez y Franscisco Reyes, hoy director de Radio Fama en Samaná.

El cocinero, avivato, como se había acabado el sancocho, cogió un fondo de caldero y le echó agua para agrandarlo, y me vino a mí con una "agua de tindanga" de esas que les dan a los borrachos y no se dan cuenta.

No quieran saber lo que dije para que todos lo oyeran. Francisco todavía lo cuenta como anécdota.

Y es que, señores, no es cuestión de comparonería ni presunción.

Los restaurantes cobran cada vez más caro por sus servicios, mientras la calidad deja mucho que desear y eso no es justo.

Yo sigo siendo aquel, como dice la canción de Raphael, y nadie me va a cambiar, porque no ando comiendo de gratis y por ello raramente voy a cocteles, ruedas de prensa y a comidas de buffet haciendo fila.

No es arrogancia, sino hacer valer un derecho que me corresponde como cliente exigente, no pasivo ni conformista.

En estos días devolví una paella para 4 personas en Boca Marina porque le dejaron quemar el arroz.

No es posible que usted vaya a gastar miles de pesos a restaurante fino, caro, para que el servicio no sea el adecuado. Es preferible quedarse casa.

Sobre todo si usted tiene buen gusto y cultura gastronómina.

Porque si es de aquellos  que se encuentra bueno, todo lo que le ponen en la mesa, como dice El Chico Arias, "con agua o con leche, y que le aproveche". Pasen buenas noches...