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Eran tiempos romanticos en que la ciudad en sus atardeceres se cabeceaba sonnolienta en cada esquina de sus calles, sin poder dormir, por el ruido rumoroso de los vetustos autobuses y los antiguos carros de la época. Y tocame la bocina, tócame la bocina, que las mujeres se mueren, ay, por la gasolina.
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NIURKA BAEZ,
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