Joseph Cáceres

Eso de que el dominicano se comporta como un ciudadano ejemplar cuando pisa los Estados Unidos lo vamos a tomar con pinzas, adelantando la advertencia de que no tenemos lupa ni lente de aumento de los que usan los relojeros cuando están trabajando con piezas diminutas de relojería.
Si bien es cierto que reconocemos  que muchos aprovechan las oportunidades que les ofrecen naciones desarrolladas, que protegen y que brindan respaldo a sus ciudadanos, como son los Estados Unidos, no menos cierto es el hecho de que hay gente que no valora los beneficios que les otorga esa sociedad, para vivir de manera honesta y civilizada, que delinquen igual o más que si estuvieran viviendo bajo el contreñimiento de un país pobre y tercermundista como el nuestro.

No nos llamemos a engaño. Hay dominicanos que residen en los Estados Unidos y en naciones organizadas como Suiza, por solo citar dos ejemplos, que constituyen la nota discordante de los sectores donde viven.
Penoso es decirlo, pero en los fines de semana en algunos "building" de Nueva York donde residen dominicanos, no hay quien duerma con la música a todo volumen.
Los vecinos criollos se acostumbran, porque consideran que eso forma parte de la naturaleza festiva y alegre del dominicano, y que nadie se lo va a cambiar.
Los extranjeros vecinos se quejan a la policía, que de tanto visitar esos edificios y poner multas, terminan asumiendo una actitud de indiferencia, porque no pueden con ellos.

A los tranquilos vecinos de otras nacionalidades, solo les queda mudarse a otro sector, y dejar el apartamento vacío, probablemente para que sea ocupado por un dominicano acostumbrado a soportar la chercha y la bullanguería nocturna.

Que conste, tenemos unos 360 viajes realizados de por vida a Nueva York desde los años 60 (a veces viajando hasta 9  veces al año) y es la ciudad que más conocemos, luego de Santo Domingo. Y aunque siempre pernoctamos en hoteles, cuando nos quedamos con familiares vivimos la experiencia de los "building" de dominicanos en Manhattan, por lo que nadie nos puede venir a contar.
Por ejemplo, cuando uno llega a las 6:30 de la tarde, a un edificio donde no hay ascensor en que es necesario ir subiendo piso por piso por la escalera, en cada estación uno se da cuenta de lo que se está cocinando en cada área.
Los olores de la cocina de los dominicanos, que por costumbre hacen comida en la tarde o en la noche, porque al mediodía lo que se comen es un ligero "lunch", se mezclan en las escaleras, y uno sabe quién está cocinando con recaito, ajo y cebolla machacada con orégano, o los sazones sintéticos de Acent. Como también donde hay un morito con guandules, un guiso de carne o un bistec encebollado, sin contar el bacalao a la vizcaina con papas, el bofe con tostones, y hasta el arenque con salsa de tomate.
Parte de la tradición, que si no fuera por esos momentitos, imagínense como sería el vivir allí.
Pero volviendo al tema, cierto es que hay muchos dominicanos que cumplen con las leyes de tránsito o que en cualquier establecimiento de servicio hacen su fila sin rechistar.

Pero eso es parte del sistema, de sus obligaciones, y no se debe actuar como si hubiera que otorgarle una placa de reconocimiento porque hacen eso. Cada vez que un dominicano cumple con las leyes y las normas morales en un país que no es el nuestro, se asume que es un "ciudadano ejemplar", al cual hay que reconocerlo y rendirle pleitesía. Y por qué razón, ¡cojoyo!, si es algo que le corresponde no solo al dominicano, sino a cualquier ciudadano de cualquier nación del mundo.?.

Por más que le busquen cinco y seis patas al gato nadie nos va a apartar del criterio que tenemos sobre la violencia del dominicano.

No es verdad que todos los dominicanos se transforman tan pronto pisan suelo norteamericano. Tanto allá como aquí hay gente buena, pero hay también muchos malos

Si fuera así, no estuvieran las cárceles estadounidense llenas de compatriotas, y no llegaran tantos aviones cargados de deportados que cumplieron pena.

O son bellos angelitos que se escaparon del cielo?.

¡Por Dios!