Joseph Cáceres

Darlin’, yo quiero mi Papicard

Por Orlando Holguín

Así como no todas las mujeres tienen la suerte de que les den una, no todos los hombres pueden darse el lujo de facilitársela. Es la Papicard (Para los copiones, ya está registrada, y vamos a utilizarla más de una vez aquí en Merengala. Las gracias a mi amigo Gustavo Beltré por el diseño, excelente como todo lo que hace en la televisión).

La Papicard es la tarjeta que les es concedida a algunas chicas, queridas, amantes, mega mamis, megadivas, a mujeres que han entendido que progresar en RD es muy cuesta arriba y recurren a sus potencialidades puramente femeninas.

La tarjeta de crédito, llamada también  dinero plástico, comenzó su gran auge en el país a principios de la década de los 90’s, época en la que todavía el que poseía una echaba vainas, pues era casi un lujo. Somos muchos lo que hemos vivido el percance de caer en rojo con este tipo de crédito. Otros guardan la distancia y le tienen cierto respeto. Sin embargo, hay que ser justo y reconocer que el artefacto resuelve, pero hay que saber utilizarlo. 

Un escollo que existe es que los bancos dominicanos tienen unas ventajas increíbles con este plástico, ventajas que le dan al cliente en la madre, sobre todo con los intereses y el balance. A manera de remembranza, recordamos cuando Baninter tuvo su época de gloria y vino con el famoso y cacareado 2.98 de interés en sus tarjetas de crédito.

Este plástico es súper beneficioso en una circunstancia muy especial: cuando ella le dice al ocupante actual de su corazón, casi siempre un magnate: “Papi, yo quiero un tarjeta”. Si la solicitante está como para chuparse los dedos, aun para ello se haya hecho hasta las plantas de los pies, si es carne fresca, entonces al otro día tiene su tarjeta, con dos beneficios muy especiales: primero, es a nombre de ella, porque Papi no puede darle una extensión de una que él posea, so pena de que la oficial se dé cuenta, y segundo, la tarjeta casi siempre tiene una capacidad de compra tan elevada, que el límite (si es que tiene) es mucho más elevado que el sueldo mínimo de todo un año de un empleado público.   

Es obvio que si usted es un asalariado y se lo gana sudando la gota gorda, sin otra entrada extraordinaria que le alivie la olla crónica,  no se puede dar el lujo de otorgarle una Papicard ni a la más mamazota del barrio, mucho menos a una de esas damas que le hacen gastar cien mil pesos en una sola noche a un potentado, a menos que usted no se quiera tirar la flatulencia muy alto. 

La Papicard la pueden facilitar empresarios, políticos y aquellos que se ganan el dinero fácil, esos que hacen negocios diarios que les generan millones. Por eso el banco que la otorga es el PapiBank. Que los empresarios y gente del bajo mundo se la proporcionen a una dama que les permite un afrodisíaco escape de temporada o de largo período, no nos duele, pero sí la que conceden los políticos, pues es nuestro dinero, y yo digo que las queridas y amantes en este país nos deben salir por algunos 5 mil millones de pesos al año, y cuidado si me quedo corto.

Ahora bien, si por h o por r la relación termina, la poseedora de la tarjeta Papicard sabe que al otro día no puede comprar ni un pincho con ella. Pero no importa, pues ya aparecerá otro candidato que le facilitará otra, para que ella: compre ropa, se dé masajes, vaya al spa, la utilice fuera, se vaya de vaca, disfrute con sus amigas, compre caprichos, se dé cuchilla, pague la Uni, saque efectivo y sobre todo para que se mantenga siempre bella y  Papi la disfrute.  

Mientras tanto, usted, ni yo, ni muchos otros podemos darle una Papicard a una diabla ni con dos mil pesos de límite, porque ganamos muy poco, no nos alcanzan los chelitos, y además nos los ganamos bien fajaos.