Por Juan Colón
Hacer música del
alma, sin esperar que sea aprobada, sin buscar prebendas de nadie, sin que la
tensión llegue al alma y al espíritu, que no entorpezca la libre expresión así
sea de una sola nota.
Soplar con la certeza de que lo haces por el amor a tu
notas, que viven en el alma, sin el temor de las críticas, sin el temor a la
competencia despiadada, del que vive al acecho de donde fallaste para ser
implacable contigo.
Soplar como el viento, sin saber de dónde salió, tampoco a dónde
vas, solo saber que hay un soplo del alma, que está en cada expresión y sin
importar si tocar debajo de una mata de mangos o en el más lujoso e importante
teatro del mundo, satisface el alma, es llenarla de bienestar por lo que haces
con amor y libertad desde tu ser.
Cada día, pedirle al
Creador que mi soplo sea escuchado por todos los que entienden mi sentir, y
todos los que han percibido que vibramos en la misma frecuencia, que podamos
entender que existe un solo sonido, un solo sentir, un solo gemir y una sola
orquesta.
Es dejar que la expresión se haga canto al oído con un saxo
de diez pesos o de 500 pesos, que la calidad del sonido no esté ligada al
precio, porque cuando sale del alma no existe valor, solo amor verdadero,
simple, lleno de las verdades que todo lo sublimizan son los que nos dejan sus
huellas imborrables en nuestro ser.
En Brasil vi a un músico tocar grandes bossa novas de Carlos
Jobin y me senté a su lado sin decir una palabra hasta que terminó de tocar unas
cinco o seis piezas; entonces me miró y preguntó: ¿Por qué te gusta si no eres
brasileiro?. Contesté, porque siento que en cada nota, acorde, existe la esencia
del ser, del músico, de la idiosincrasia de tu pueblo, del sentir de la
melancolía que los arropa.
Empezó a tocar acordes de nuevo, hablamos, y terminamos en
una cafetería desayunando, al terminar me dijo: “ahora déjame seguir tocando,
no me interrumpas”, me dio media sonrisa y se fue al mismo lugar que había
estado tocando.
Mientras regresaba en el vuelo, recordé cada detalle del
guitarrista, palabra, gesto, y sentí envidia porque él era libre para expresarse
en cambio yo no lo era.
Había volado miles de millas para ir a tocar un concierto de
una música ya hecha, elaborada, aceptada, y pagada para que sonara como se
quería.
A partir de ese día nació en mí el deseo de poder un día
hacer música sin buscar nada más que dejar salir el músico y el niño que vive
en mí, finalmente el invierno ha comenzado.
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