El rebate de Arrendel

José Laluz se equivocó al disminuir a Oscar de la Renta

Por Johnny Arrendel

Aunque está en su derecho, por ser su “opinión”, no deja de ser desafortunado el abordaje de José Laluz, quien quiso desmeritar la figura de Oscar de la Renta y planteó que la industria de la moda no es nada.

No obstante, es útil considerar la queja del sobresaliente comunicador del elenco de El Sol de la Mañana, de que mientras el gobierno dominicano reconoce la dimensión del famoso modisto en ocasión de su deceso, la partida de un intelectual de la talla de Mariano Lebrón Saviñón casi pasa desapercibida.

Empero, no es preciso desvestir a un santo para vestir a otro. Lo justo es que los estamentos del Estado, la sociedad civil y el sector privado, estén siempre prestos y atentos para que las grandes figuras del país encuentren los niveles de emulación que merecen.

No hay porqué redundar en torno a la necesidad imperiosa del ser humano de llevar vestimenta desde el punto de vista antropológico y científico en general.

Ahora, como fenómeno cultural, la moda representa una forma de expresión de una sociedad determinada en un contexto específico.

Inadmisible el intento de reducir a lo banal la industria de la moda, si se asume como pretexto su impacto comercial o mercadológico, es decir, el que sea pasto, como en efecto, de la sociedad de consumo.

Si así fuese, lo coherente seria rechazar otras industrias culturales, como el cine, la música y el deporte profesional, actividades lúdicas que el fondo responden a necesidades primigenias de las masas, y así llenaban las gradas del Coliseo, en la antigua Roma.

Oscar de la Renta no solo es el diseñador latinoamericano más importante, y quien se inspiró en sus creaciones e incorporó elementos de nuestros pueblos, sino que es reconocido por la sociedad norteamericana y sus medios como el “eslabón entre Estados Unidos y la Alta Costura de
Europa”.

Nunca traficó con la dominicanidad. Notábamos que al aludirlo en los pies de fotos de revistas del corazón de mucha difusión en época de nuestra niñez, como Vanidades, se le daba valor al gentilicio: “el diseñador dominicano, Oscar de la Renta”.

Uno esperaba que en cualquier momento, de la Renta reaccionara igual que otras celebridades, que aunque dominicanas de origen o nacimiento, radicaban en México, Estados Unidos o Puerto Rico, y siempre que no era aquí que se les entrevistaba, negaban sus vínculos con nuestra tierra.

La mayoría de esos, exponentes desarraigados del arte, los deportes u otras disciplinas, ni por asomo podían comparar su impacto con de La Renta, quien no solo tenía renombre, sino verdadero talento.

Pero durante los años convulsos del país en el aspecto político, Oscar de la Renta se mantuvo en bajo perfil con relación a sus visitas al territorio nacional. Tendría sus razones, ya que con el despertar democrático demostró que en verdad “se fue, pero nunca se fue”.

Nada que se le pudiera exigir a De la Renta con relación a este país quedó pendiente, lo primero: Una trayectoria limpia, sin escándalos que pudieran avergonzar a su gente, ni aquí ni fuera.

Proclamaba su dominicanidad siempre, no solo de palabra, sino mediante acciones, que iban desde incluir nuestro emblema musical, el merengue y sus orquestas en actividades a las que concurrían el jet set y los más influyentes de la política mundial.

Invirtió parte de su fortuna en el país promovió nuestro territorio como destino e hizo lobismo en favor de iniciativas dominicanas ante estamentos estadounidenses.

Realizó una gran labor social en apoyo de niños desprotegidos, a los que brindó albergue y atenciones alimenticias y de salud, actitudes que a menudo obtiene grandes elogios de los comunicadores criollos cuando las realizan figuras internacionales de trayectoria más reciente.