jueves, 4 de diciembre de 2014

Sobre el Amigo José Armando Bermúdez Pippa (Poppy).
Por Luis Fernández
Creo en la libertad, en el bien, en el esfuerzo duro del obrero y en el esfuerzo creativo del artista, del intelectual,  del que sueña.

Por ello no soy ni sería enemigo del hombre que en la tierra haga fortuna con el trabajo duro y digno, con el esfuerzo físico o el uso del cerebro.

Por pensar de este modo admiro a muchos hombres y mujeres que han saltado la valla, que han escalado montañas, que han sembrado de luces y semillas el suelo patrio, que han intentado llegar al cielo, la cima más alta a los ojos humanos.

Don Poppy Bermúdez fue uno de esos hombres, un sencillo pero al parecer predestinado para hacer el bien en la tierra sin tener que acreditarse como seguidor de Jesucristo o de cualquier líder, religión o creencia.

Poppy Bermúdez actuó siempre de esta o aquella manera porque era así, probo, sensato, humilde, solidario, humano.
Proveniente de una familia rica, siempre cultivó el trabajo, amó a los suyos, a sus amigos, a sus colegas, a sus empleados y a todas aquellas personas a las cuales trató.

Como pocos ricos en la tierra, nunca humilló a nadie, no se creyó mejor ni más inteligente o trabajador que nadie. Fue uno más entre todos los seres humanos.

Por esas cualidades, por ese trato exquisito a todos, por tener un “algo” que el Creador pone solo en algunos hombres, Poppy Bermúdez era y es un especial amigo.

Poppy Bermúdez dizque nació en Argentina pero para mi que fue en Jánico, municipio hermoso de Santiago, en la cordillera cibaeña que él tanto quiso y con la cual contribuyó para nunca verla “pelada”, arrasada, quemada, destruida.

Allí iba siempre a disfrutar del calor de su gente y de la maravillosa vista de la “sierra”, del clima envidiable, de la amistad sincera.

Poppy Bermúdez no fue el empresario ogro, que trata y paga mal a sus empleados; que sus rencores, disgustos o pérdidas vuelca sobre otros, aún sean sus propios familiares y amistades.

Fue todo lo contrario, un hombre que apenas circulaba con su chofer (su amigo por demás); que se desmontaba donde quiera; que platicaba con quien fuera; que ayudaba a quien lo necesitara; que se vestía de “diablo cojuelo” para los Carnavales para disfrutar como cualquier niño, como cualquier joven, como cualquier adulto. 

Poppy fue un empresario visionario, revolucionario sin usar la violencia; admirador de todo el que trabaja; cumplidor de leyes y disposiciones; pagador inmancable de impuestos y un caballero decente y con sonrisa a flor de labios para todos.

Creo que si un país como el nuestro contara con un diez por ciento de sus empresarios como lo fue Poppy Bermúdez, estaríamos entre los primeros diez países más desarrollados de la tierra.

Poppy Bermúdez descansa ya en paz en la tierra cibaeña, su tierra, su amor inmenso, su entrañable pedacito donde cautivó a tantos por su bonhomía, su don de gente, su marca excepcional de ser humano simple y sencillo. El sabía que algún día moriría y sabía y quería ser sepultado en Santiago.

Que su espíritu de bien influya en los hombres y mujeres de este país y haga mejores a nuestros empresarios, industriales y líderes para que en la República Dominicana no haya cabida para la pobreza, la envidia, la evasión fiscal, la corrupción, la impunidad y tantas otras mezquindades que denigran a los hombres.


Y  a Poppy Bermúdez las gracias del alma por ser un líder humano tan carismático sin nunca pretender decir o mostrar que lo era. Porque los grandes hombres hablan mejor con sus hechos que con las palabras. (El autor es periodista). 4-12-14.

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