Y recuerda, que de noche, todos los gatos son prietos...

Hagamos el amor, no la guerra…

Hoy el tiempo nació del otro lado de la esquina…

El sol se dilata tristemente con su pupila en el cielo entre los quejidos de un llanto disecado.

Y  aquí estoy yo con la voz terciada y mi AK-47  que tanto amo y odio a la vez...

Como la Puerta de Alcalá, viendo el tiempo pasar, mientras los niños juegan sobre un cañón de brillo sepultado a  “Mambrú se fue a la guerra, que dolor que dolor que pena”, y la brisa resbala por las paredes de piedra de una ciudad garabateada, de rotas vidrieras…

Tu defensa comenzó a replegarse cuando apenas había tenido tiempo de otear el paisaje,

con murmullos de calles que se alejan,

entre casas de balaustrados balcones blancos, donde una vez pusiste y perdiste tu inocencia…

Y aquí estoy yo, cohabitando sin banderas,

y sin sábanas  con qué arropar los pies cubiertos de polvo,

sabiendo que tu dolor se nutre de pacientes nostalgias,

sin lágrimas para coleccionar,

mientras sigo encrustado y encriptado desde hace tiempo en el tiempo, inerme, blasonado por mi escudo de armas,

en medio de un pueblo poseído, donde la noche es un ladrino eterno.

No descansará mi voz sin antes mutilar los viejos recuerdos,

proejando contra la corriente,

hasta alcanzar una felicidad hermosamente racionada,

para evitar terminar fusilado por un pelotón de amarguras.

Después de todo, no tengo la culpa de sentir tu presencia en mi alma de poeta trasnochado.

Yo ni siquiera sería capaz de pedirte el “santo y seña”.

¡Invádeme de nuevo, guerrillera!