A medianoche sale el lobo…

Me levanté esta mañana quemado por tus dibujos de grafiti, y no pude evitar un aullido.

Y aquí estoy yo sepultando la utopía, atrapado por “el síndrome del bombero”, tratando de revender mis emociones en el mercado de las pulgas,

pagando por tragos que no me he bebido,

y haciéndole silbidos a Dios para que no te olvides de mí cuando en su reino estés.

Mientras tú te tongonéas en las penumbras, yo sigo aquí, disfrazado de veleta, girando  hacia donde sopla el viento.

(No olvides que ya casi estamos en carnaval)

Haciendo una disección del momento que vivimos, extendiendo la caducidad del sentimiento, para no despertar el lobo callado que todos llevamos por dentro.

Nada que ver con el del cuento de la Caperucita Roja,  donde el lobo, con el tiempo,  ha perdido la capacidad de aullar y se ha tenido que quedar disfrazado de abuelita, en una cama, por los siglos de los siglos, amen.