El poeta Dylan Thomas, en una fotografía sin fechar. |
La prueba del alcohol literario
Dylan Thomas fue adorado en vida y destruido a medias por el éxito y el alcohol
Dylan Thomas a los 20 años ganó el premio Poetry Book y fue esta la primera puerta de la gloria que penetró sin ser la de un bar. En ese tiempo se alimentaba de berberechos, dejaba sola a su mujer en casa y se iba a cantar a la taberna con sus amigos marineros. Allí acodado en la barra frente a una pinta de cerveza proclamó la primera verdad del periodismo. Dijo: “Lo primero que tiene que procurar un periodista es ser bien recibido en el depósito de cadáveres”. No se sabe si para hacerse amigo del forense, del embalsamador, del enterrador, del policía o simplemente para coger hielo del congelador para el whisky, como sucede en la película Primera plana de Billy Wilder.
La primera vez que fui a Nueva York me hospedé en el Hotel Chelsea, situado en la calle 23. Me fijé que en la fachada estaba la placa que recordaba que allí un día de noviembre de 1953 Dylan Thomas fue arrebatado por un delirium tremens después de una fiesta en que se bebió 30 cervezas seguidas de un solo envite por una apuesta. Sucedió en una de las habitaciones que daban atrás, cuando estaba en brazos de su amante, Liz Reitell.
De allí lo llevaron al hospital St. Vincent, donde murió tres días después. Había quedado exhausto como un caballo de carreras después de una victoria arrebatada a la muerte. El cadáver fue devuelto a su casa de Gales y durante el entierro su mujer, Caitlin, bailó borracha sobre el féretro como una venganza por el abandono al que tuvo sometidos a ella y a sus hijos.
Dylan Thomas fue adorado en vida y murió víctima del éxito más que del alcohol, éxito que se debía a sus charlas por la BBC donde sus poemas causaban una explosión bajo el bosque lácteo y en sus conferencias había parte del público cogido de las lámparas. Después de su muerte a los 39 años quedó convertido en un poeta de culto. Un joven judío, un tal Robert Allen Zimmerman, que andaba por entonces rasgando su primera guitarra, cambió su nombre y en su homenaje en adelante se hizo llamar Bob Dylan. A su lugar de nacimiento, en Laugharne, comenzaron a llegar peregrinos y muy pronto empezó a establecerse un negocio de recuerdos. La reliquia que desde el principio tuvo más éxito fue una jarra de cerveza con el rostro de Dylan Thomas estampado, con un pitillo mediado en la boca, cuando su nariz no era todavía un bulbo rojo ni sus ojos tenían el aire vidrioso. El hecho de que esta jarra fuera el recuerdo preferido por sus admiradores plantea el dilema que dividió la biografía de nuestro héroe: saber si la enorme fama que le acompañó en vida fue debida a que era un gran poeta o un magnífico borracho. Muchos creen que bebiendo cerveza en una de esas jarras se llega al alma del poeta mucho antes que leyendo sus versos.
El Capo escribe aqui despues de hueler perico y beberse 3 galones de vino la fuerza.
ResponderEliminarY yo cuando estoy en los brazos de una beldad femenina, tengo que de forma automática pensar, como La Capo se metió a maricón, como sus homólogas en la artividas sersuais, el AS y La Tirsa, tontos útiles de la extrema derecha en propagar falacias, dañina a la humanidad. Con la excepción de La Capo, que ese aspecto, es coherente en la forma de pensar y actuar y no le hace el juego esos energúmenos malignos.
ResponderEliminarJoder tistina, joder España, no hay contenido ya, publiquen sobre los desordenes del toque de queda, no estamos en poesía, queremos ver el morbo, Niurka sabemos de su gran poema de que la muerte no vencerá los amantes, pero es un w40 que queremos.. tirso
ResponderEliminarY hoy es domingo
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