AY, OLGUITA
La conocí en enero de 1992. Yo llevaba menos de una semana viviendo en Bogotá. Fui a almorzar con un amigo que trabajaba en El Espectador. Estábamos en un restaurante cercano al periódico. Ese día yo había leído en El Espectador un artículo que salió sin firma. Un artículo sobre Carlos Vives.
No bien habíamos empezado a almorzar solté una frase sincera pero absolutamente imprudente:
––Oye, flaco, ¿quién escribió ese artículo tan malo sobre Carlos Vives? ¡Qué vaina tan cursi y ridícula!
Mi amigo sonrió nerviosamente y no dijo nada.
Cambió de tema.
Entonces, cuando terminamos de almorzar, una mujer que estaba en la mesa de al lado se mudó sin permiso de nadie para la mesa de nosotros:
––Yo escribí el artículo malo, cursi y ridículo ––me dijo de sopetón.
En la voz de la mujer no había rabia. Tampoco en su gesto. En realidad me pareció genuinamente divertida. Era ella, Olga Lucía Martínez Ante. Y así nos conocimos.
Contra lo que pudiera sugerir aquel primer encuentro, nos hicimos amigos. Un día le pregunté cómo carajos se había hecho amiga de un bocón que, de entrada, había salido con un apunte tan envenenado. Su respuesta fue sabia:
––Es que tú no dijiste nada feo sobre mí como persona. Sólo dijiste que el artículo era malo. Y sí: era muy malo. Por eso, precisamente, no lo firmé.
Ahí estaba pintada Olga: equilibrada, generosa, espléndida. Un alma superior.
En 2013 escribí un artículo furibundo contra Silvestre Dangond. Era un texto altanero, excesivo, escrito más con la bilis que con la cabeza. En esos días me vi con Olguita. Por casualidad tenía en las manos la revista SoHo ––donde apareció mi artículo––.
No dijo que mi artículo era histérico, estúpido y que leerlo constituía una gran pérdida de tiempo. Sólo movió la cabeza en sentido negativo y me abrazó como si estuviera dándome un pésame.
Olguita ––así le decíamos todos–– era alegre, expansiva y de un optimismo irresponsable. Si se machacaba un dedo con una puerta y a los diez minutos una anciana le sonreía en la calle, sólo contaba el cuento de la anciana. Por eso, aunque nos habíamos comunicado varias veces en los últimos días, no me contó que estaba enferma: prefería mandarme memes juguetones como ella y palabras afectuosas.
Ay, Olguita querida, hoy no podrás oírme como aquel remoto día de 1992. Mis adjetivos serán los mismos: “ridículo”, “cursi”. Tu muerte prematura es ridícula, y yo seguiré llorándote con toda mi cursilería, con todo mi amor.
Alberto Salcedo Ramos
La pregunta es: ¿Singaron?
ResponderEliminarSe lo metió
ResponderEliminarCoño, pero ustedes no respetan que se esta hablando de una persona que perdio la vida? que asco de gente
ResponderEliminarI, sorry...pero, ella una vez estuvo viva. Y los vivos son los que singan.
Eliminar