Escucho que se discute ahora sobre la banalidad que envuelve y arropa todo.
En la música, la absorción de canciones de bajos fondos, donde predomina el automatismo, la evasión, la vulgaridad.
En el lenguaje, una jerga cargada de expresiones, palabras y frases, con las que se pretende repetirnos lo que ya sabemos, pero con lo que no se busca más que herir la sensibilidad colectiva.
Se hace una música gastronómica, que no persigue intención artística alguna, sino satisfacer las demandas del mercado, sin ningún estilema, pero indigerible para la gente educada y de buen gusto.
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Total, que quienes la consumen, y no se intoxican, terminan desechándola en el retrete al día siguiente.
Hay quienes se conforman con satisfacer las exigencias banales, inmediatas, epidérmicas, transitorias, vulgares, pretendiendo que sus constipaciones se consideren “obras de arte”.
Y que hasta se les premie…¡ vaya usted a ver, hasta donde llega la necedad, la estulticia! Nos arropa la banalidad, ciertamente…
Hasta en la política, vemos a candidatos a cargos públicos hablando de que son “la vuelta”.
En la publicidad, a bancos haciendo campañas para los llamados “wa, wa, wa,”, con expresiones dirigidas a los que se comunican con el “qué lo que, con qué lo qué”, o el “tú supiste”.
Todos montados en el carro de la banalidad y la ignorancia supina, porque es lo que está de moda, y es fungible.
Y mucho cuidado con diferir, disentir, de los patrones que prevalen, porque entonces te ganas el calificativo de desfasado y dinosaurio, como si fuera obligatorio rendirle culto al mal gusto.
Por mi parte, prefiero seguir cabalgando sobre el lomo de Rocinante, abriendo surcos claros, para que el sueño quepa.
Por: Joseph Caceres
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