sábado, 20 de septiembre de 2025

ESCRIBE JEN SANCHEZ


 Por Jen Sánchez 

Hay un tema que me da vueltas en la cabeza y siento que tengo que decirlo: estamos viviendo en medio de un espectáculo que parece no acabar nunca, la comparación.


Todos los días vemos lo mismo:

¿Quién es más bonita?

¿Quién lo hace mejor?

¿Quién tiene más dinero?


Y la verdad es que ya cansa. Porque la belleza es relativa, el talento se expresa de muchas formas y el valor de una persona nunca se puede medir en cuentas bancarias, pero aún así, seguimos viendo titulares, programas y publicaciones en redes que se empeñan en ponernos a competir unos con otros como si la vida fuera un campeonato.


Lo más preocupante es que eso no se queda en los medios. Se mete en las familias, en los trabajos, en los amigos, en todas partes. Y lo único que logra es crear resentimientos, alimentar envidias y hacer que la gente viva con una presión innecesaria.


La comparación ha llegado tan lejos que hay personas que prefieren esconderse si sienten que no están al mismo nivel que los demás. Si no tienen el carro más caro, si no pueden celebrar un cumpleaños más grande o costoso que el del primo, amigo o colega, si no visten con ropa de marca (aunque sea Marcagá), pero que se vea “mejor”, entonces sienten que no valen. Ese afán de “yo tengo que ser mejor que tú” viene precisamente de la presión que nos meten todos los días con ese temita de las comparaciones.


Pero, ¿por qué hay que comparar tanto? A algunos quizá no les afecte, pero a otros sí y mucho. Entiendo que es un irrespeto comparar carreras, trayectorias y personas en general. Cada quien va a su ritmo, creando su propio andar.


Yo estoy convencida de que nadie es mejor que nadie. Lo que existen son diferencias: de preparación, de oportunidades, de caminos. Y eso no hace a nadie más ni menos. Cada quien tiene su propio valor, aunque los demás no lo vean.


Entonces, ¿qué podemos hacer?


Aquí el punto no es que uno mismo ande comparándose todo el tiempo, sino que siempre hay terceros que empujan ese juego. Los medios de comunicación, que en vez de enfocarse en los logros individuales de cada talento, insisten en poner a un artista contra el otro. Lo mismo pasa en la pelota, en la política, en la música y hasta en la televisión: titulares diseñados para enfrentar, no para reconocer.


Y claro, eso también se repite en la vida personal. Familias que comparan a un hijo con el otro, amigos que ponen competencia donde no la hay, trabajos donde se mide quién “rinde más” en lugar de valorar los aportes de cada cual. Esa presión constante termina hiriendo, sembrando envidia y dañando relaciones.


Por eso insisto: nadie es mejor que nadie. Cada persona tiene su propio proceso, su propio camino y su propio valor. No se trata de ver quién brilla más, sino de dejar que cada quien brille a su manera.


Mientras sigamos alimentando esa costumbre de comparación desde afuera, seguiremos empujando a la gente a aparentar lo que no es y a vivir con un peso que no le corresponde. Recuerdan mi artículo anterior, "La Sociedad de la Apariencia", al final La comparación lleva a la gente a terminar ahí.


Y la pregunta que deberíamos hacernos no es “quién lo hace mejor”, sino: ¿cuándo vamos a aprender a valorar a las personas por lo que son, sin ponerlas a competir?

2 comentarios:

  1. Puede alguien escribirte que un me tipo decente de Merengala quiere conocerte, eres mi dama a seguir , lo intentas ? Tengo algo grande para ti, un corazón muy grande .

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también -y claro, no me estoy comprando- tengo algo exuberante para ella, que echa un líquido bien tibiecito, y, que jamás se va a quedar "con er moco pa'bajo". Ar noooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

      Eliminar

Se valora el envío de comentarios no ofensivos apegados a la moderación.
NIURKA BAEZ,
Moderadora de comentarios