Donald Trump prometió llevar a Estados Unidos en una dirección diferente. Al cabo de un año de su segundo mandato, eso está haciendo, promulgando o buscando cambios fundamentales en las políticas públicas, la política y la sociedad.
Ha llevado los cruces ilegales en la frontera a mínimos históricos y ha dejado claro que Estados Unidos ha cerrado la puerta a la mayoría de los refugiados no blancos. Ha eliminado los programas de diversidad en el gobierno y ha empujado a las empresas estadounidenses a hacer lo mismo.
Ha contribuido a lograr un precario alto al fuego en Gaza, ha amenazado con cortar la ayuda a Ucrania y ha enviado al ejército a matar a presuntos narcotraficantes en el mar, al tiempo que desplegaba soldados bajo control federal en las calles de las ciudades estadounidenses. Ha tensado enormemente las relaciones con sus aliados tradicionales y ha aplicado políticas, incluidas las relativas a las criptomonedas, que han enriquecido a su familia y a algunos de sus principales ayudantes.
Ha trastocado el sistema de comercio mundial aumentando los impuestos sobre las importaciones, con el argumento de que al hacerlo se recuperarían empleos. Al mismo tiempo, ha ampliado las grandes reducciones del impuesto de sociedades y del impuesto sobre la renta de su primer mandato. Ha revocado las políticas del gobierno de Joe Biden destinadas a abordar el cambio climático, ha desmantelado organismos gubernamentales sin obtener la aprobación del Congreso y ha recortado drásticamente la plantilla federal.
El vertiginoso primer año de Trump en el poder ha sido, como mínimo, polarizante. Los otros pocos presidentes que tuvieron primeros años comparativamente trascendentales respondían a una verdadera crisis nacional: Abraham Lincoln y la Guerra Civil, Franklin D. Roosevelt y la Gran Depresión. Estados Unidos no se enfrentó a una emergencia de esas magnitudes en enero, pero Trump ha gobernado habitualmente con poderes de tiempos de emergencia.
En una democracia, la política puede seguir a veces un péndulo, en el que los presidentes y las mayorías cambiantes de los partidos corrigen el rumbo de los excesos percibidos de sus predecesores, solo para ser sustituidos a su vez.
Pero los presidentes también pueden dejar tras de sí un cambio permanente. A medida que Trump se acerca al final del primer año de su segundo mandato, ¿cuánto de lo que ha hecho puede considerarse irreversible?. ¿Volverá a ser Washington el mismo?
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