Sucedió en una reunión de mujeres donde habían varias megadivas.
Conversaban en torno a las posiciones y los recursos que cada una de ellas había logrado desde que surgió el invento ese de las megadivas.
Una se vanagloriaba de su lujoso apartamento, y otra hablaba de su costoso vehículo del año.
No faltaron las “tijeras” donde empresarios, políticos, peloteros y millonarios salieron a relucir como víctimas que habían sucumbido ante sus encantos, y que habían tenido que pagar muy caro el afan de “tirarse” unas mamis como ellas, tan deseadas y codiciadas.
La más plástica de las megadivas, en una abierta actitud de descaro, no tuvo reparo en decir: “El que lo quiera entrar aquí tiene que cantearse con 50 mil pesos”, al tiempo de señalar con un índice su entrepierna.
Un chusco que se enteró de la cotización de la megadiva solo atinó a decir: “Yo daría los 50 mil, si, pero por 50 mujeres de a mil.”
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