El otorgamiento de los créditos es algo tan sagrado que los canales de televisión y las salas de cine de Estados Unidos están en la obligación de pasarlos cuando termina la exhibición de una película.
Pacientemente hay que esperar que se pase la parrilla completa de los créditos desde el principio hasta el final donde aparrece el nombre desde el principal productor hasta el barrendero.
Qué más desearían las grandes cadenas de televisión norteamericanas que disponer de ese precioso y costoso tiempo para pasar sus comerciales?
Pero tienen que hacerlo, para no exponerse a enfrentar conflictos judiciales si alguien de los que está allí no queda acreditado.
Y es que a veces el crédito sobre una obra justamente otorgado vale más que el dinero.
Póngase en el lugar del autor de una canción que haya sido premiada en un Grammy que sea ignorado por el intérprete al momento en que sube a recoger el premio.
Cualquiera pagaría por una mención en una transmisión que está siendo vista por millones de personas, porque ese solo detalle se puede traducir en fama, promoción y nuevas oportunidades.
Eso es lo que explica el malestar que los autores sienten, cuando se les ignora al momento en que un artista acude a recibir un galardón por una obra suya.
Igual ocurre cuando los ingratos que no tienen memoria dejan de mencionar en sus agradecimientos públicos a la gente a la que deben gran parte de sus éxitos
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