Por Elizabeth Quezada
La alborada despierta con una neblina cegadora mientras yo me hago un sin fin de preguntas aún con las pestañas pegadas y lista a probar el primer sorbo de café caliente.
Los ritmos cambiaron… las miradas también.
Muchos de nuestros jóvenes, de nuestros niños y alguno que otro desubicado que ronda la tercera edad están como enceguecidos con el “reggaeton”, por no decir “perreo”, alusivo, me imagino, a la forma descarada con que el perro enbiste a su hembra, no importa quien observe la escena, impúdica sólo para el tercero; y es lo que vemos que se comercializa en las grandes producciones de videos que acompañan los temas del ritmo urbano.
Es un ritmo que hace mover hasta el más fiel de sus detractores; no obstante, no deja de ser un movimiento popular donde sus “pseudos-poetas” declaman con palabras llanas, simples y muchas veces vulgares, sus rebeldías con el sistema.
No obstante, la contundencia del movimiento de cadera, por no decir, la mezcla de ritmos, es que, definitivamente, le ha dado el lugar de preferencia que ostentan hoy, expandiendo sus garras hasta el viejo mundo.
Hay que acotar que el ritmo es verdaderamente, muy bueno.
Esas mismas mezclas laceraron el alma de nuestro amado merengue con una derivación bautizada con el nombre de “mambo duro” que para bailarlo se necesitaría ser medallista olímpico por su rapidez y, por supuesto, exiguo de una lírica coherente.
Es lógico que las sociedades crezcan y en ese proceso de integración de diversos modelos y la llamada globalización, se filtren tendencias, géneros y movimientos de vanguardia que, para los conservadores ortodoxos (que no soy yo) son difíciles de aceptar de buenas a primera; pero que para los más liberales, son aceptados como procesos creativos concentrados y suma de esos cambios que se han dado en todo el devenir histórico del hombre.
Se podría citar que cuando los impresionistas quisieron mostrar sus obras en los grandes círculos parisinos, a finales del 1800, fueron poco menos que vetados e ignorados y poco a poco, se insertaron en el gusto de las sociedades que le precedieron.
Pasa lo mismo con todo aquel artista que quiere imponer cambios; romper esquemas prefabricados e iniciar proyectos novedosos en cualquiera que sea la rama del arte.
Al principio son vistos como bichos raros…luego poco a poco se va aceptando lo expuesto.
Pero lo novedoso cuando se trata de arte tiene sus pros y sus contras porque debe y tiene que ser novedoso e ingenioso…
Cuando se rompen paradigmas se suelen presentar proyectos que puedan superar los ya existentes, no degradarlos…
Claro está que es cuesta arriba tratar de igualar la calidad de mucha de la música urbana con la de los “negros espirituales” o los primeros precursores del “Blue”, el “Gospel” o todo aquel movimiento que se levantó con dignidad, en todo orden: religioso y social, como protesta pero con una alta calidad literaria y musical.
Ejemplos de inicios bañados de vulgaridades se dio con la bachata…y ahora es un ritmo aceptado no solo por su sabor sino por sus excelentes interpretes y su bien cuidada, en muchos de los casos, letras.
Nuestro amado ritmo el merengue siempre se creó, con ingenuidad con olor a campo y café.
Y si no… recordemos a: “Compadre Pedro Juan baile el jaleo, compadre Pedro Juan saque su dama…”
Que distinguido y dulce precedente tiene nuestro maravilloso ritmo para que ahora nos tengamos que quedar callados cuando escuchamos pseudos-merengueros donde el que interpreta hace de mudo. ¡Ah! Y no es ninguna campaña en contra de los Omegas, Oro Duro, Mambo Duro, Kiko, Lápiz, etc. Es una opinión individual de una amante de la lírica y de lo bueno aunque fuere popular.
Recuerdo en este punto al magnífico ex director del Coro Nacional y fundador y director vitalicio de nuestro amado Orfeón de Santiago, Rev. Padre César Hilario, cuando dice: “No hay música vieja ni nueva, sino música buena y mala” recordando a los clásicos, por supuesto, y yo diría, a lo popular también es aplicable.
Elizabeth Quezada
(Autora de Amores rotos, 2004)
http://lunadesalymiel.blogspot.com
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