domingo, 25 de marzo de 2012



En los años ochenta, los periodistas que viajaban a Nueva York aprovechában para traer artículos restringuidos en el país,  o  que si llegaban tenían precios muy caros.
En pleno apogeo del merengue en Nueva York y en Puerto Rico, salíamos a cubrir actividades y eventos  todos los meses, a veces uno un día en Nueva y al siguiente en Puerto Rico, o cuando no a Panamá y Colombia, donde se aprovechaba para comprar en la zona libre.
Miguel Herrera andaba hasta con tres maletas para traer la compra de comida de tres meses, incluyendo leche de chiva para una de sus hijas que era intolerante a la leche de vaca. Recuerdo que en esa época la broma que le hacíamos era que le ibamos a regalar una chiva para que la amarrara en el patio de la casa y se evitara el problema de esperar los viajes a Nueva York para coprarle la leche a la niña. Una ex niña ya, porque la joven es toda una profesional, graduada universitaria y criada con leche de chiva.


En los viajes lo que siempre aprovechaba era para comprar cámaras de video, en blanco y negro, (no había color aquí), computadoras, también con pantalla en blanco y negro y sistema DOS,  grabadoras de audio, uno de los primeros televisores a color, Sony Trinitron, cuando todavía se estaba experimentando aquí con la televisión a color. Uno celular, cuando solo se usaban en los carros, y luego el famoso "guayahielo", pues siempre me gustaba estar al tanto de lo último en tecnología.
La más viva de todos era el El Espíritu Zoila Puello, la cual andaba con un equipaje  que bautizaron como "las maletas que paren". Usted veía a Zoila viajar con una sola maleta, grandota, pero cuando llegaba a su destino y la abría, tenía dentro otra maleta más, y dentro de esa otra maletita, con lo que eran tres, para comprar y cargar, lo cual ha sido siempre una debilidad del Espíritu.
Cuando viajábamos en grupo y veíamos que Zoiila llegaba al "counter" o mostrador de la linea aérea con dos maletas, cundía el pánico entre todos, porque el cálculo de las maletas que paren daban seis "hijas", y sabíamos que de regreso teníamos que cargar con algunas, pues el Espíritu no podía con todas..
Eso si, que ahí venía de todo. Hasta la decoración de la casa que en ese tiempo estaba remodelando  en el sector de Miraflores.
En los viajes también estaba Carlos Batista, que se desaparecía y llegaba siempre con dos funditas de corbatas que decía compraba en la Quinta Avenida. No dejaba de criticar a los que viajaban con mucho equipaje, diciendo que era una mala costumbre de "dominicanos chimichurri" andar con tantas maletas.
!Y cuidado con invitarlo a comer al Deportivo, donde Caridad o Margot!. Decía que no iba a sitios donde lo que hay es arroz y concón. Lo suyo era Victor's Café, donde iban las celebridades de CBS y figuras famosas, caras, muy caras.  Jamás, comer, como los músicos, donde los chinitos del restaurant que está debajho del hotel Newton
José Tejeda, conociendo eso, lo llevaba a un restaurant español muy bueno llamado "El Botín".
Domingo Bautista era diferente. Ese desde que pisaba tierra newyorkina había que buscarle arroz y habichuelas a como diera lugar. El viaje era de tres horas y media de Santo Domingo a Nueva York, y  cuando Domingo  llegaba le entraba una desesperación como si hubiese estado varios dias sin ver el cereal, y había que deternerse en el trayecto del aeropuerto Kenneddy hasta Manhattan, para complacerlo con su "viaje de arroz".
Con  El Canguro Marino  viajamos a Miami a esperar el Año Nuevo con Juan Luis Guerra que se presentaba en el Tropicana del hotel  Fontanebleu, donde estábamos todos alojados. Al día siguiente nos fuimos a Disney World en Orlando con toda la familia.
Una niña  de Marino se antojó de un muñeco gigante, de peluche de Micky Mouse, y hubo que comprárselo.
El lío fue al regreso para entrarlo en el avión.  Hubo que comprarle un pasaje al muñeco para que viajara en un asiento al lado de la niña.
Había que ver aquel espectáculo, del muñeco con el cinturón abrochado  para que no saliera disparado durante el despegue o con alguna turbulencia.
Todo los que pasaban por el lado se quedaban mirando y riendo de aquel espectáculo.
Eso si, que cuando llegó la hora de la comida y los refrigerios a Marino hubo que darle la que le tocaba al muñeco, porque no era verdad que "la iba a dejar perder" después de haberle coprado un pasaje de regreso tan caro.
Hasta los tragos que brindaban que le tocaban al muñeco se los bebió Marino.

4 comentarios:

  1. Hay !!!cuanta risa con el cueno del muneco y la comida y bebida .Gracias J.c me alegraste el dia,que cura como dicen...

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  2. joseph me encanta como narras tus vivencias,tu tienes una chispa unica,me rei un paqueton sobre todo con las maletas k paren y con el funio muneco y k todo le tocaba por partida doble a marino.na

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  3. a mi me gustan los cuentos cuando jonni bentura iva de viaje para nueva york joseph sabe muchos cuentos de los que les tienen miedo a los aviones

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  4. Hoy en día se mete ese muñeco en una funda y se le extrae el aire creando un vacío tan profundo que lo reduce a un tamaño manejable.

    El Muñecologo

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NIURKA BAEZ,
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