Joseph Cáceres

Los conciertos de Romeo y el de Wilfrido y Fernando Villalona, fueron autorizados por la sociedad de Autores y Compositores Dominicanos (SGACEDOM), bajo la presidencia interina del diputado y artista Manuel Jiménez, luego de que se llegara a un acuerdo con los organizadores.

Ese acuerdo, naturalmente, envuelve un compromiso de pagos.

Solamente en el caso de Saymon Díaz se habla de que deberá pagar dos millones de pesos a la entidad por derechos de autor.

Una suma significativa y apreciable, que nos lleva a un razonamiento al  margen.

Y es que parece mentira que los únicos de la clase artística que realmente lograron una Ley que les protege son los compositores y autores musicales dominicanos.

Aunque también se emitió una Ley de cine, sus beneficios y resultados todavía están por verse en un país mediatizado donde muchos hacen lo que les da la gana.

Pero los compositores si que están seguros con la que tienen, porque les da la posibilidad de suspender  a cualquiera que no la cumpla, o no optempere con la misma.

Los demás artistas, muchos de los cuales terminan sus últimos días en la miseria, nada lograron de sus colegas que fueron diputados en el congreso.

Parecería como si fuera cierto que el arte dominicano está signado por un designio que algunos han considerado hasta maléfico. Es un "guanguá" lo que hay en el medio artístico criollo. Una especie de "espíritu burlón", del cual sería importnte y bueno despojarse.

Cuando un artista o un comunicador del medio llega a una posición pública, en vez de ayudar a su gente, a los de su clase,  lo que generalmente hacen es maltratarlos y darle la espalda.

Uno de los ejemplos más patéticos, se puede observar en el actual síndico del Distrito Nacional, que tiene sus orígenes en la comunicación y en el arte.

Lo primero que hizo cuando llegó a la alcaldía, fue desmantelar el Coro Municipal que llevaba su arte y entretenimiento al pueblo, pero que además, era medio de sustento de muchos cantantes coristas.

Con ello no hizo más que darle cumplimiento a aquello de que "no hay peor cuña, que la del mismo palo".