Fui famosa por mi voz bien matizada (jamás falté a mis semanales lecciones de canto), por mis trajes de actuar repletos de lentejuelas o encajes o canutillos. (Eran capas pesadas llevadas unas encima de otras para ir quitándomelas poco a poco) y volantes sobre volantes. Me hice famosa además, por el modo en que solía mover mis manos para cantar y encantar. Tuve siempre claro que en los detalles estaba la diferencia y nunca perdí ocasión para crear magia en el escenario.
No recuerdo la cantidad exacta de premios que me llevé en mi Isla y en Nueva York (entre premios Agüeybaná, INTRE y otros) pero tengo detalles sobre el Águila de Oro de México, la llave de Alicante o la medalla del Cirujano General de los Estados Unidos por mi labor humanitaria con los enfermos de SIDA.
Mas sin embargo, permítame aclarar que siempre tuve claro quién era y nunca hubo persona que, reconociéndome, no se llevara un beso, un abrazo, un autógrafo o una linda palabra.
Vivir en Perú y viajar por el mundo me hicieron una mujer refinada pero yo siempre fui del pueblo y para el pueblo.