Desatino institucional
El retorno ha sido apoteósico, inigualable. Los agentes encargados de la difusión de sus creaciones, del cuidado de su imagen, nunca imaginaron tal bienvenida. No hubo disputa entre ministerios como la suscitada cuando llegó al país Pedro Martínez, luego de su consagración como inmortal en Cooperstown. Cinco meses de ausencia y de rumores difundidos por seguidores y rivales y la recepción conjura y apuntala.
Los “me gusta” se multiplican, la curiosidad es colectiva y las personas que desconocían a Emanuel Herrera Batista, luego de la espectacularidad, propia de concierto dembow, se convierten en fan de “Alfa”.
El autor de “El Mañanero”, “El Fun-Fun”, “Ratatá”, el muchacho que recorre el mundo con sus movimientos, innovaciones en el lenguaje y desenfado. El relator de la cotidianidad marginal, que dice cómo se ama, cómo se maltrata, qué vale y que no, autor de “El baile del dinero” y “Jalao Jalao”, intentó explicar que no insultó a los padres de la patria. Porfió y afirmó, en distintos programas de tv y radio, que el insulto fue proferido a viandantes presentes en la Plaza de la Bandera y que sus enemigos editaron el video.
Pero no. Nada valió. La diversificación de una función pública, para no decir distorsión, debía producirse y el sermón pronunciarse. Sin aval legal, el Ministerio Público (MP), decidió imponer, como penitencia de confesionario, la realización de algo parecido a un trabajo comunitario. “Alfa”, cerca del estrellato hollywoodense. Coincide la medida extrajudicial con la advertencia que hace un juez de Los Ángeles a Lindsay Lohan para que cumpla 120 horas de trabajo comunitario, impuesto después de probar, en un tribunal, su conducción temeraria.
En el Departamento de Quejas y Querellas de la Fiscalía del DN se resolvían los conflictos que arriesgaban la estabilidad de las parejas consensuales. Sobre papel timbrado, la mano diestra de la mecanografía sin tregua, redactaba el acta de separación y la repartición de bienes. Con anuencia de las partes y el respaldo del MP, se asignaban colchones, abanicos, tocadiscos, neveras, estufas. También había consejos y estatuto para visitas. En aquel tiempo, no existía la Ley 24-97 y las uniones de hecho provocaban desprecio. Solo el desamparo se encargaba del vínculo que une la mayoría de las parejas en el país. La inexistencia de regulación propiciaba la creatividad para remediar situaciones no previstas. El uso amparaba a cientos de concubinos que acudían a cualquier Palacio de Justicia buscando solución a sus conflictos. Hoy, un arreglo antojadizo sería imposible, desconocería el corpus legal existente.
La Constitución de la República atribuye al MP: la formulación de la política del Estado contra la criminalidad, la dirección de la investigación penal y el ejercicio de la acción pública, en representación de la sociedad. Cualquier solución alternativa de conflictos, debe estar pautada, prescrita. Las funciones del organismo están descritas y delimitadas en el estatuto del MP. Ninguna norma vigente avala el dictamen que pretende enmendar un ultraje difuso y confuso, a los padres de la patria. Es rocambolesca la resolución que ordena, al supuesto infractor, la ejecución de una tarea, sin previo proceso. Evoca tiempos de comisarios y de Macabón con su prohibición de escupir redondo. Más que la civilización del espectáculo, analizada por Vargas Llosa y la mención del desapego a la ley, nos acecha la cultura de colmadón. Ese espacio, patrimonio urbano vernáculo, donde el choteo impera, un chablis se sirve caliente y encima del manchego hay moscas, pero se disfruta, a pesar del tumtúm que impide conversar y donde se escuchará más al “Alfa” proferir: “soy el único que mata a la mujere pero la deja viva”…
Ahora es Alfa, antes Omega. Entre titubeos, caridad penal y lástima, deseo de bendiciones y acogida mediática, la obligación de representar a la sociedad y ejercer la acción pública, se pervierte. El denuedo no debe reservarse para el relumbrón de ocasión. Las funciones se ejercen cada día, acatando el mandato de la ley.(Carmen Imbert Brugal-Hoy)
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