De tiempo en tiempo, el Monumento Natural Dunas de Baní, joya ecológica y cultural del país, es objeto de saqueos y devastaciones lesivas.
Curiosamente, en lugar de resolverse y ser evitadas por la autoridad, parecen seguir un guion repetitivo de ineficacia y promesas vacías.
Los recientes daños registrados en el área conocida como Los Escobones son solo un capítulo más de una larga historia de negligencia y complicidad.
En cada caso, la protección de este recurso queda relegada al papel.
El saqueo de las finas arenas y la tala indiscriminada de especies como el guayacán y el almácigo, acumuladas tras cientos de años de evolución natural, constituyen un crimen contra el medio ambiente.
La impunidad reina y la vigilancia militar parece un adorno más en la lista de “acciones” que no logran frenar estas fechorías.
Las reacciones de las autoridades frente a estos ataques suelen ser tardías y carecen de un régimen de consecuencias contundente.
¿Cuántos informes de daños se necesitan para que las palabras se conviertan en acciones efectivas?
Lo que se percibe es un merengue sin ritmo.
Porque los depredadores actúan con una audacia que parece alentada por la ausencia de consecuencias reales.
La falta de acción decisiva abre la puerta a teorías preocupantes.
¿Será que estas incursiones son el preludio de un intento por abrir la zona a proyectos hoteleros o inmobiliarios disfrazados de “desarrollo”?
No podemos permitir que intereses económicos prevalezcan sobre la conservación de uno de los ecosistemas más frágiles y emblemáticos del Caribe.
El Listín Diario no descansará en su tarea de fiscalización y denuncia.
Baní tampoco debe aceptar que este merengue sin ritmo siga tocándose mientras se pierde, literalmente, su herencia natural bajo las palas y sierras de los depredadores.
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NIURKA BAEZ,
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