Cuarenta y siete años separan los dos crímenes, pero la historia parece calcada. En ambos, el asesino tiene el mismo nombre, la misma mirada endurecida y el mismo impulso de destrucción. En ambos, la víctima es una mujer que confió en él. Y en ambos, la muerte llega en el silencio del hogar.
Nelson Félix Miranda Hermida, de 71 años, mató el pasado domingo a su esposa, Mayra Martínez Romero, de 65, y a su suegra, Doris Librada Martínez Romero, de 87. Luego se suicidó.
El triple desenlace estremeció al sector El Milloncito del Distrito Nacional, donde los vecinos aún repiten, como un eco de horror, la secuencia de los disparos.
La historia, sin embargo, tenía un antecedente oculto. Un recorte del diario La Noticia, fechado el 28 de diciembre de 1978, reveló que un hombre con el mismo nombre, exteniente de la Policía Nacional, había asesinado entonces a su esposa, Ana Argelia Abréu, de cuatro disparos.
Los familiares denunciaron que el hecho fue premeditado. "Él la mató de varios disparos... fue un hecho premeditado", relataba el periódico.
Según la nota, el crimen ocurrió en Santo Domingo tras una discusión por motivos económicos. El agresor fue detenido, pero nada en los registros actuales indica si fue condenado o cómo recuperó su libertad. Medio siglo después, reapareció en las páginas de sucesos con la misma frialdad y el mismo método.
La repetición del crimen, casi línea por línea, desborda el entendimiento. No se trata solo de un acto de violencia doméstica: es una historia de impunidad que envejeció junto al agresor, que vivió décadas entre nosotros con un pasado que nadie pareció recordar. Si hubo sentencia, no dejó huella. Si hubo arrepentimiento, no lo detuvo.
En 1978 mató a su primera esposa frente a familiares. En 2025, volvió a hacerlo en presencia del amor agotado y la vejez indefensa. A las víctimas de ayer y de hoy las une un mismo verdugo y la sospecha de que el sistema falló en protegerlas.
Las dos escenas podrían confundirse: el cuerpo de una mujer desplomado en su casa, el ruido de los disparos, la certeza de que lo peor siempre se sospecha demasiado tarde. Lo monstruoso no está solo en el crimen, sino en el tiempo que permitió su repetición.
Miranda Hermida cargó casi medio siglo con el eco de su primer disparo. Nadie lo vigiló, nadie lo rehabilitó, nadie lo impidió. La justicia se olvidó de él como si el pasado no pesara, y el pasado volvió a cobrar su deuda.
El horror tiene memoria. Lo que la sociedad no resuelve, lo que la justicia no corrige, regresa. A veces con el mismo nombre, con el mismo rostro, con la misma pistola. Y entonces comprendemos que no es la historia la que se repite: somos nosotros los que no aprendemos.
Averiguen el porque mató a la primera y ahora a esta, es primo mío el homicida y en todo caso falló la justicia y sus vínculos con el poder del homicida igual que Matos berrido y un gran publicista que el zorro sabe quién fue, el poder es el culpable. La primera dama le era infiel con un colmadero y la segunda envío un texto a su amante y lo recibió el, la señora se equivocó, el es una persona muy violenta pero da todo los gustos a sus esposas, es complaciente y que no digan que la segunda no sabía del crimen de la primera, ella lo sabía e incluso sabe de la menor en gualey que él también le cortó la cara al encontrarla sie di infiel con un vecino.
ResponderEliminarEsos Hermidas son casi todos asesinos y violentos. Recuerdo la Polvora, un hombre que no barajaba pleitos para matar delincuentes. Pero asi mismo han sido de tragicos sus familiares. A la Polvora se le suicido un hijo ahorcandose en su casa en Miami.
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